Paz. El mal abunda, pero ¡sobreabunda el Don de Dios!
(Domingo XII del tiempo ordinario 2020)
Nuestra cultura no reconoce el pecado, sólo reconoce errores, equivocaciones, insuficiente información, excusas: yo no sabía, yo no quería, no pude hacer otra cosa… Y comienza la espiral de excusarse, exculparse y acusar al otro, culpabilizar a los otros o echar la culpa el sistema de turno. Cuesta pedir perdón y conceder el perdón. También es muy frecuente el “nos acosan”, “nos persiguen”, siempre imaginando alguna conspiración a partir de algunos pocos datos; siempre distinguiendo entre “ellos” y “nosotros”; siempre “ellos” tienen intereses oscuros, quieren nuestra destrucción, acabar con nosotros.
Ante este clima dominante, viene la Palabra de Dios para constatar que el profeta Jeremías se sintió acosado y perseguido, “pavor-en-torno, delatadlo”; “a ver si engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él”. Pero él confiaba en el Señor como su “fuerte defensor”. Jesús anima a sus discípulos: “no tengáis miedo de los hombres, porque nada hay encubierto que no llegue a descubrirse” … “Lo que os digo en la intimidad…, pregonadlo desde la azotea”, sin miedo, ni siquiera si os amenazan con mataros (Mt 10,28). Los hombres, y lo que te puedan hacer, no merecen tu miedo. Sólo Dios merece todo nuestro respeto y sano temor, porque es de sabios evitar caer fuera del ámbito del amor de Dios; y el egoísmo humano y la autosuficiencia nos brindan muchas trampas en las que podemos caer. Por eso dicen los sabios: “El inicio de la Sabiduría es el temor de Dios es” (Prov 1,7). Sólo después, podremos escuchar que “no hay temor en el amor” (1Jn 4,18).
Volvemos la mirada hacia la realidad actual y constatamos que sigue habiendo persecuciones de cristianos hasta la muerte, en más de algún país. Y en nuestras tierras muchos católicos se sienten acosados y perseguidos. Es muy difícil disuadir a quien se siente perseguido para que no se vea así. Al menos, digamos que no es lo mismo aquí que en los lugares donde están siendo perseguidos hasta la muerte. Muchos católicos no nos vemos perseguidos, pero sí que reconocemos que hay ideologías en combate, que pretenden imponer una imagen distinta del hombre de la que tenemos los católicos. No obstante, el cristianismo católico no es una ideología, y puede profesarse e incluso defenderse sin caer en la trampa de la lucha ideológica en una sociedad. Aquí la diferencia obliga a modos y maneras de presencia del Evangelio y de la identidad católica muy diferentes a los modos de las ideologías. El amor a Dios y a nuestro prójimo es compatible con la pérdida de influencia social.
Cuando Jeremías confía en Dios como su defensor y cuando Jesús nos invita a confiar en Dios nuestro Padre, porque quien se ocupa de los gorriones, más se ocupará de nuestras vidas, dicha confianza nos ha de dar mucha paz, y mirar a los adversarios no como enemigos, sino como personas ante las que queremos ofrecer nuestro testimonio de fe, esperanza y amor, además de nuestra oración por ellos. Nos quedamos con dos palabras de hoy, una de Jesús: “No tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones” (Mt 10,31). Otra de Pablo: “No hay proporción entre el delito de la humanidad y el Don de Dios” (Rom 5,15).