Parroquia al día.
Parroquia de San Lázaro
Sábado, 11. A las 6 tarde, misa. A las 8 tarde, misa.
Domingo, 12, XV del Tiempo Ordinario. A las 11, misa de las Familias con los niños. A las 12’30, misa. A las 8, misa.
Lunes, 13. A las 7’30 tarde, Rosario por la vida y la familia. A las 8 tarde, misa.
Martes, 14. A las 8 tarde, misa.
Miércoles, 15. San Buenaventura. A las 8 tarde, misa.
Jueves, 16. Santa María del Monte Carmelo. A las 7 tarde, Adoración. A las 8 tarde, misa.
Viernes, 17. A las 8 tarde, misa.
Sábado, 18. A las 6 tarde, misa. A las 8 tarde, misa.
Domingo, 19, XVI del Tiempo Ordinario. A las 11, misa de las Familias con los niños. A las 12’30, misa. A las 6 de la Tarde, Retiro espiritual mensual. A las 8.
El valor de la Palabra que da vida y sentido
La filosofía llama palabra “performativa” a la palabra que “dice y hace”, que al pronunciarla crea la realidad. Es un tema muy conocido en la literatura bíblica. “Dijo Dios: ‘Exista la luz’; y la luz existió” (Gn 1,3). También sucede en el lenguaje sacramental: alguien dice “yo me entrego a ti, como esposa/o…” y nace una realidad nueva que se llama matrimonio, que antes de esa palabra no existía, con valor jurídico, económico, social, religioso. Y hoy escuchamos que como baja la lluvia del cielo y empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar semillas, y luego cuando se evapora y se hacen nubes, vuelve al cielo habiendo generado vida en la tierra, del mismo modo, la Palabra de Dios que sale de su boca no vuelve a Él vacía, sino cumple su deseo y realiza su encargo (Is 55,10-11).
Con la palabra, el ser humano nombra las cosas haciéndolas significativas para él y sus semejantes, y con la palabra responde a las interpelaciones que le llegan de la creación y de sus semejantes. El niño antes de comenzar a hablar ha pasado mucho tiempo escuchando hablar. Sus primeras palabras responden a la palabra que le ha precedido. El ser humano es un “oyente de la palabra”, en el sentido de que vive a la escucha de una palabra que le aporte sentido y le dé luz y vida, para saber a qué atenerse en el mundo. No cualquier palabra, ni menos la palabrería, dimes o diretes, palabras que el viento se las lleva, aunque a veces pueden hacer daño.
No hace mucho, para nuestros abuelos, la palabra dada era de obligado cumplimiento, la palabra pesaba, valía, sabías a qué atenerte en las relaciones entre personas. Ahora se ha desvirtuado tanto la palabra que hasta da pereza a la gente servirse de las palabras y va sustituyéndolas por emoticones y lenguajes icónicos, por lo demás, comunes, que dos días dejan de ser originales. Con el lenguaje de la palabra, que permite precisiones, matices, explicaciones, sugerencias, etc., llegamos a la singularidad de las personas, expresan mejor su intimidad y saben en qué relación se sitúan o a qué se comprometen.
Con la revelación de Dios haciéndose palabra humana a lo largo de tantos testimonios de los que se compone la Biblia, y sobre todo haciéndose persona humana en Jesús, en quien halla el hombre la Palabra llena de sentido, el hombre aprende a situarse en el mundo, ante Dios y sus semejantes. La Palabra de Dios que es Jesús, en su persona y su vida entera, revela a Dios y revela el ser humano al hombre mismo. Desde Jesús, la Palabra de Dios no ha dejado de dar fruto, de crear vida, de salvar vidas y de dar sentido a la vida en el cosmos. Aunque es cierto que la parábola del sembrador del evangelio de hoy nos dice que no siempre se da el mismo fruto, o que en algunos puede no dar fruto y echarse a perder la palabra de vida.
Pero no olvidemos el sentido original de esta parábola creada por Jesús: La magnanimidad de la Palabra de Dios que se ha pronunciado y resuena para todos y que interpela a todos, como hacía Jesús. Cierto, cuando salió el sembrador a sembrar no le importaba tanto la rentabilidad, sino que alcanzase a todos, por eso esparce su semilla por doquier, por caminos, terrenos pedregosos, entre zarzas y espinos, y también en tierra buena. La parábola habla de la Palabra de sentido y fecundidad de vida que busca alcanzar a todos. Así es Dios, y de este modo nos interpela a los creyentes para que no olvidemos a los destinatarios de la Palabra que se nos ha confiado y no dejemos de creer en su fecundidad.