La vida es más que lo que se ve
Enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano (XVI del Tiempo Ordinario).
Estamos ante una de las páginas más sublimes de toda la Biblia (Sabiduría 12,13.16-19). Se trata de un libro escrito en griego por algún sabio judío, poco antes o contemporáneo de Jesús. Como fruto de la sabiduría de sus mayores llega a una comprensión de Dios muy cerca de la cristiana. Dios sigue siendo el creador y no puede haber otro, es Él quien “cuida de todo”, “no juzga injustamente porque su fuerza es el principio de la justicia”, no estamos ante una fuerza bruta o impersonal o anónima, y “su señorío sobre todo lo hace ser indulgente con todos”. Por ser “dueño del poder”, “puede juzgar con moderación y nos gobierna con mucha indulgencia”.
Siendo así y actuando así, “enseña a su pueblo que el justo ha de ser humano”. Qué gran contraste con los poderes absolutos que no ejercen la misericordia, precisamente para demostrar que son el poder absoluto y su voluntad debe cumplirse. Dios no necesita demostrar nada a nadie, solo mostrarse como es, ¡omnipotente en su amor!
Por eso, a los creyentes, a sus hijos, nos educa y nos enseña a ser humanos, y cuando por error o egoísmo nos deshumanizamos, nos da “una buena esperanza” pues nos da tiempo y lugar para el arrepentimiento. Su omnipotencia no está reñida con su indulgencia o misericordia. Podríamos decir que no tiene otra omnipotencia más que la de su amor esencia y personal. Jesús continua esta comprensión de Dios y nos propone hoy la Parábola del trigo y la cizaña. Nos pide no arrancar el mal enseguida ni de raíz. No podemos tanto, sólo Él puede vencerlo. Nos pide dar tiempo y lugar para el arrepentimiento en las personas. Nos pide fe en la acción de su reinado de amor, él podrá vencer al mal con su plenitud de vida y de bien.
Ahora, no es tiempo para el juicio, no nos anticipemos con nuestros juicios. Es momento de revisar con qué facilidad juzgamos a los demás, no contribuyamos a hacer la convivencia más difícil, esforcémonos por comprender, claro que hay cosas y hechos condenables, pero no las personas. De nuevo, aprenderemos de Dios a dar tiempo y lugar para el arrepentimiento y el cambio a mejor. El Espíritu acudirá en ayuda de nuestra debilidad. Él nos enseñará a discernir y no juzgar y condenar. Él nos enseñará a interceder por cuantos obran mal y a pedir para nosotros la misericordia.
Sobre las parábolas del reinado de Dios en acto, que proclamamos en este domingo adjunto un pequeño comentario con el que me identifico. El reinar de Dios es dinámico y está en acto siempre, es el misterio de vida y amor que está a la vista de todos pero no todos lo ven, no lo encuentran, no se han ejercitado en descubrirlo e identificarlo, en algunos casos, hasta se niegan a verlo porque no contemplan el misterio en su vida, no hay misterio, creen saberlo y controlarlo todo.
José Vidal
La vida es más que lo que se ve (José Antonio Pagola)
Por lo general, tendemos a buscar a Dios en lo espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e insignificante. Por eso les resultaba difícil a los galileos creer a Jesús cuando les decía que Dios estaba ya actuando en el mundo. ¿Dónde se podía sentir su poder? ¿Dónde estaban las «señales extraordinarias» de las que hablaban los escritores apocalípticos?
Jesús tuvo que enseñarles a captar la presencia salvadora de Dios de otra manera. Les descubrió su gran convicción: la vida es más que lo que se ve. Mientras vamos viviendo de manera distraída sin captar nada especial, algo misterioso está sucediendo en el interior de la vida.
Con esa fe vivía Jesús: no podemos experimentar nada extraordinario, pero Dios está trabajando el mundo. Su fuerza es irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado final. Se necesita, sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el fondo e intuir la acción secreta de Dios.
Tal vez la parábola que más les sorprendió fue la de la semilla de mostaza. Es la más pequeña de todas, como la cabeza de un alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril, todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el «reino de Dios».
El desconcierto tuvo que ser general. No hablaban así los profetas. Ezequiel lo comparaba con un «cedro magnífico», plantado en una «montaña elevada y excelsa», que echaría un ramaje frondoso y serviría de cobijo a todos los pájaros y aves del cielo. Para Jesús, la verdadera metáfora de Dios no es el «cedro», que hace pensar en algo grandioso y poderoso, sino la «mostaza», que sugiere lo pequeño e insignificante.
Para seguir a Jesús no hay que soñar en cosas grandes. Es un error que sus seguidores busquen una Iglesia poderosa y fuerte que se imponga sobre los demás. El ideal no es el cedro encumbrado sobre una montaña alta, sino el arbusto de mostaza que crece junto a los caminos y acoge por abril a los jilgueros.
Dios no está en el éxito, el poder o la superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos de estar atentos a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo que se ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.