La evangelización en la salida del confinamiento.
La evangelización en la salida del confinamiento
Reflexión cristiana. Parte 3.
¿Qué va a significar evangelizar y cuál va a ser la misión de la Iglesia en la salida del confinamiento? Algunos criterios pastorales
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- El punto de partida para esta nueva etapa de la evangelización es lo que hemos compartido en esta experiencia dolorosa, en que unos han enfermado y muerto y otros hemos sido confinados en nuestras casas.
3.1.1.- Puntos de encuentro en la experiencia compartida, en función de la evangelización.
Evangelizar siempre es el anuncio de la Buena noticia del amor Dios a la persona humana, la llamada a la fraternidad entre los hombres y al reconocimiento en fe de la acción salvadora del género humano, por parte del Dios revelado en Jesucristo. Este anuncio no se limita a una información que damos, sino que busca la conversión del corazón del ser humano. Si para evangelizar hemos de llegar al corazón, necesitamos encontrar “puntos de encuentro” entre el que anuncia y aquel al que nos dirigimos. Nos referimos a puntos de conexión, puentes de encuentro, lenguajes compartidos, experiencias vividas, búsquedas comunes, caminos transitables por las dos partes.
Ahora es mucho lo que todos los seres humanos hemos compartido en el tiempo del confinamiento y hemos aprendido mucho, o debimos aprender, en virtud de esta crisis sanitaria, económica y ecológica. El virus nos ha visitado y nos ha hecho tomar conciencia de lo que teníamos que aprender. No traía una mera información de la relación del hombre con la naturaleza, cosa que en parte ya conocíamos, sino que por su impacto y amenaza a nuestro ser o no ser y a nuestras libertades, nos pedía una transformación de nuestra mente y corazón. Nos abríamos no sólo a los otros seres humanos, sino a la vida en la casa común (la tierra en el cosmos).
No olvidemos todo cuanto ha despertado en las personas, sus miedos, sus nostalgias, su impotencia, sus límites, en esta “situación límite”, y, poderosamente, la presencia visible de la muerte, que nos ha dado conciencia de la vulnerabilidad y la finitud del ser humano. Una cura de humildad venía a salvar lo humano, en este hombre moderno lanzado a una carrera sin fin en su proyecto emancipador, autodeterminista, autosuficiente, progresista, cientificista, tecnológico y, últimamente, proyectado en un post-humanismo, o sea, proyectándose en un ser humano que sería completado y suplementado con las aportaciones tecnológicas y cibernéticas a su realidad biológica. No. No lo tenemos todo bajo nuestro control ni podemos determinar el futuro de la humanidad, pendiente de muchas variables por parte de la naturaleza y por parte de la libertad humana que puede errar en su sentido.
Al mismo tiempo que asimilábamos esta cura de humildad, ha vuelto a experimentarse la belleza de ser simplemente humanos, con la gran capacidad de resiliencia y empatía en las personas. Esto, precisamente cuando nos imponíamos la distancia física. Cuánta fortaleza en el sufrimiento y qué gran capacidad de inventiva y creatividad, austeridad y solidaridad. Y en el colmo, cuánta vida entregada para la vida de los otros. Nadie vive ni muere para sí mismo. Eran estos también motivos de esperanza.
Por último, ha aflorado universalmente la necesidad de respetar la tierra y sus ecosistemas. Vuelven si cabe con más fuerza de convicción las enseñanzas de la encíclica Laudato Sí, para no olvidar nunca más el “clamor de los pobres” y el “clamor de la tierra”, tan relacionados y evidenciados en esta crisis sanitaria y económica agravada… Cómo repetía el Papa Francisco lo que se ha evidenciado con tanta claridad en esta experiencia padecida es que todo está interconectado y que todos dependemos de todos, todos necesitamos de todos. Grandes experiencias compartidas por muchos, creyentes y no creyentes.
3.1.2.- Los derechos básicos de alimento, techo, salud, educación, comunicación, libertad…, presupuestos en toda evangelización.
No sólo de pan vive el hombre, sino de la palabra que le dé pleno sentido a su vida. Pero el hambre de Dios presupone también en el ser humano el hambre del pan, y todo lo que ello significa. Se ha evidenciado en esta pandemia que la posibilidad de acceder al alimento, a la salud y a la educación, debía ser universal y bien dotada para cumplir su misión humanizadora. ¿Quién ha de proveer la satisfacción de estas necesidades? Ni las personas individuales solas ni la sociedad sola. Son tiempos para ir más allá del debate sobre lo “público” y lo “privado”, porque no deberían ser excluyentes por principio, sino complementarse, para servirse de estímulo con vistas a la mayor eficiencia y al mejor trato personal. En estos tiempos, aunque haya sido por el bien de todos, porque nadie estaba exento de la posibilidad de contagio, la salud de todos nos ha importado, fuera cual fuera su poder adquisitivo o su condición.
A excepción de los trágicos días en que el sistema sanitario se saturó, tardando en adquirir nuevos recursos, obligando a discernir criterios de prioridad en la aplicación de los recursos disponibles, debemos decir que la salud de todos importaba a todos. No discuto que se podría haber gestionado todo mejor, pero de hecho no se pudo y pienso que otro gobierno tampoco hubiera podido. Esto no quita lo positivo que quiero evidenciar: esta pandemia nos enseña que la salud de todos importa a todos, aunque solo sea porque desde el paciente cero que provocará un brote de contagios, nadie queda exento de ser alcanzado por el virus. Las administraciones públicas debieron hacerse cargo hasta de aquellos marginados sociales tan reacios a aceptar los habituales servicios sociales
Igualmente se ha evidenciado la importancia del cuidado y la atención a los no social y económicamente productivos: los niños que han sufrido tanto tiempo sin su socialización necesaria con otros niños; los adolescentes y jóvenes y el estrés educativo, sin clases presenciales, y sin la convivencia con los amigos y grupos que es su oxígeno. Luego, por supuesto, hay que recordar a los mayores y los ancianos, y todo lo que se ha evidenciado de las residencias de mayores, necesarias según la forma de vida moderna que llevamos, pero, a su vez, con muchas necesidades y mejoras pendientes, no sólo por parte de las instituciones que gestionan las residencias, sino pienso también por parte los propios familiares. Los económicamente no productivos importan.
3.1.3.- La evangelización busca salvar y mejorar al ser humano. La preocupación por la ética debe ser compartida con todo ser humano.
Esta crisis ha suscitado en creyentes y no creyentes un acuerdo sobre la reivindicación de la ética. No podemos seguir ignorando que los problemas éticos no se reducen a votaciones, sino que implican cambios de actitudes y comportamientos que exigen pensamiento, diálogo, argumentación y valores, que están por encima de todos. Por ejemplo: todos somos simples seres humanos, iguales en dignidad y diferentes en cualidades que enriquecen la vida social, con unas capacidades o con otras, y que no hay nadie descartable; debemos y podemos ayudar a la vida, pero no creernos señores de la vida humana. El ser humano siempre será fin, nunca medio para uno u otro interés. Ética, ética y ética, para la gestión política, económico, sanitaria, educativa, social y personal; sin olvidar la cuestión del sentido y la trascendencia del ser humano. La ética no es sólo exigible para las personas sino también para la sociedad y sus gobernantes. Necesitamos recomponer el tejido social de los pueblos y entre el pueblo y los gobernantes. Si no podemos prescindir de las ideologías hemos de ser críticos y autocríticos, y salir al encuentro del otro, en diálogo y voluntad de acuerdo. No podemos ya tolerar la gestión política sin ética, la ética de la responsabilidad y responsabilidad por las consecuencias.
Muchas cuestiones éticas han salido en estos tiempos. Permitidme que me limite a advertir la ambivalencia de las redes sociales y tecnologías de la comunicación que se han descubierto valiosísimos para la información y la comunicación, en especial, para continuar la comunicación interpersonal y grupal sin la presencia física. Pero las redes sociales han hecho circular muchas falsas noticias y han acrecentado a veces la crispación social y la imposibilidad de acuerdos por la falta de rigor y exceso de apasionamiento ideológico. Por otra parte, las redes sociales también generan dependencias y adicción, en colectivos inmaduros o incapaces de asumir sus responsabilidades. Confinados y con poco que hacer también constatamos las malas prácticas de las redes sociales. Era necesario advertirlo precisamente cuando es claro que vamos a interactuar mucho más, a partir de ahora, mediante internet y redes sociales.
Y creo que podemos hablar de la crisis del concepto de “globalización” como horizonte del sistema económico dominado por los capitales financieros y potencias económicas… Bienvenida crisis, que evidencia a la vez la exigencia de un sistema económico ético y de una banca ética. Igualmente nos parece urgente la internacionalización de los derechos laborales y de la seguridad jurídica. Después de la etapa de la deslocalización de las empresas por la sola razón de obtener mayores beneficios económicos, deberemos empezar a valorar otros beneficios sociales y humanos, de modo que volvamos a concebir un equilibrio entre los sectores de producción (agricultura, industria, servicios, conocimiento…) y las distintas zonas, climas, y hábitats de la tierra.
Desde antes y después de la Laudato Sí, ahora mayormente desde esta pandemia, se ha venido reclamando un giro a la reflexión ética, que significa todo un horizonte bajo el que replantear las cuestiones que más nos importan. Se llama “la ética del cuidado”. Ésta pondría el centro de atención de todas las administraciones e instituciones en el cuidado de las personas, la persona es lo primero y no la institución (desde el evangelio, “el ‘Sábado’ se hizo para el hombre” -Mc 2,27-).
Así podría nacer la “sociedad de los cuidados”, que volvería a valorar la familia, ni por encima ni por debajo de otras formas de apoyo mutuo que unen a las personas. Es el momento de valorar justamente aquellas actividades, profesionales o no, en las que se cuida a las personas (salud, educación, seguridad, casas de acogida, arte, cultura, religión, voluntariados y otras). Ahora que hemos aprendido el eslogan “cuídate, cuídanos”, debemos ir más allá en el nacimiento de un ethos en cada persona, que sea “el cuidar del otro y de lo otro”, sin olvidar el cuidado de los cuidadores.
Y no en último término, urge el cuidado de la casa común, la tierra, más allá de los territorios nacionales, porque en ello nos va la vida a todos, y quien dice tierra dice forma de vidas y de habitar espiritualmente la tierra, en la diversidad y riqueza de las culturas.
3.1.4.- El sentido de la vida. Esta crisis nos ha hecho parar, pensar, orar. Necesitamos saber parar y tomar distancia, para poder pensar, y permitir que aflore algún momento la pregunta por el sentido de la vida humana, que nos abra hacia la trascendencia, hacia una vida plena que no podemos garantizarnos los humanos sino buscarla y, a la vez, esperarla abriéndonos a la posibilidad de Dios. Constatar cuántas culturas y personas hemos coincidido en la oración, ha sido un motivo para esperar con fundamento que mañana podría ser mejor, con la ayuda de Dios.
Pensadores de todas las tendencias y campos de investigación y del pensamiento han ido planteando cuestiones antropológicas fundamentales, interrogantes que los creyentes echábamos de menos en nuestra sociedad en las últimas décadas. Son preguntas como éstas: ¿Cuál es el lugar del conocimiento y la ciencia en la vida humana? ¿Qué es la vida cuando la pensamos como el vivir humanamente? ¿Cuál es el significado de los afectos y la sexualidad entre los humanos? ¿Qué es el trabajo humano? ¿Qué es la economía? ¿Qué es habitar humana y poéticamente esta tierra? ¿Qué es humanizarnos y qué deshumanizarnos? En fin de cuentas, ¿qué es el ser humano? Y ¿qué nos es dado esperar?
- ¿Qué ha dicho el Espíritu a la Iglesia? ¿Qué Iglesia es la que anima el Espíritu hoy y qué características deberá ir asumiendo?
3.2.1.- Lo que el Espíritu ha dicho a la Iglesia. Por todo lo vivido y padecido se reafirma la Iglesia como una Iglesia al servicio del reinado de Dios, actuado por Jesucristo resucitado y su Espíritu Santo, mediante los medios de salvación depositados en ella, la Palabra, el Sacramento y la Caridad. Pero uno y el mismo Espíritu, como Espíritu del Creador y Redentor, es el que no deja de actuar y animar desde la creación y la historia de los hombres, mediante sus experiencias históricas, en la diversidad de culturas y religiones. Por eso, si el Espíritu nos habla desde los “signos de los tiempos”, lo dicho arriba sobre lo que nos ha enseñado esta crisis a todos, haciendo camino entre los hombres, debe ahora recibirse como palabra interpelante por parte del Espíritu a la Iglesia.
En efecto, por lo meditado en el apartado anterior, el Espíritu Santo, en este signo de los tiempos que está siendo la pandemia y el confinamiento general, anima a la Iglesia de Jesucristo y su Evangelio a una mirada amplia a la totalidad de los seres humanos y a la posibilidad de su vida en este planeta tierra, como don de Dios para todos. Nos ha recordado la vulnerabilidad y finitud del ser humano, al que no le hace bien proyectarse en el sueño de la omnipotencia, ni por los más frágiles, los pobres, ni por la tierra que ha de seguir habitable para todos. Al mismo tiempo, nos invita a una mirada particular a las personas concretas que casi no cuentan para el sistema imperante, para que no caigamos en la cultura del descarte. Anima a la Iglesia para que, con información y con el Evangelio, vea en las cuestiones éticas la base para un diálogo sincero con todos, porque la muerte de la ética es la muerte de lo humano como tal.
En este sentido, el Espíritu invita a la Iglesia a adelantarse, con transparencia y con el ejemplo, en una ética del respeto por el diferente y una ética de la responsabilidad por las consecuencias, pudiéndola llamar ética del cuidado de las personas y de la vida en la tierra. Y todo este esfuerzo se hace por revelar a los hombres la dignidad grande para la que el hombre ha sido creado por Dios. Por eso, no en último término, el Espíritu Santo anima a la Iglesia a incrementar su oración en fe, esperanza y caridad, con expresiones religiosas en los templos y sin ellos, para seguir siendo luz de la trascendencia de Dios en el cosmos, que llena de sentido la vida del hombre sobre la tierra, su libertad e inteligencia, su dignidad eterna en el tiempo y finitud.
3.3.2.- Lo que el Espíritu dice desde la Iglesia y anima en la Iglesia. Al mismo tiempo, como ha sido una experiencia compartida con los hombres por parte de los cristianos, el Espíritu Santo también ha podido ayudar a su Iglesia a discernir la palabra oportuna para estos tiempos. Es lo que ha hecho en tantos fieles que han vivido y han podido expresar sus experiencias con su fe, esperanza y amor, con testimonios vivos de entrega y con palabras de fe y oración, desde su dimensión profética. Pero, con mayor claridad, se ha expresado la palabra del Espíritu desde la Iglesia al mundo, mediante el magisterio ordinario del Papa para la Iglesia universal y los Obispos en sus Iglesias particulares.
Sobresale hoy el gran regalo del Espíritu Santo que ha sido el Papa Francisco quien, como cada pontificado en su tiempo respectivo, se ha dirigido constantemente a la humanidad entera, como ningún otro líder mundial lo ha hecho, adoptando una mirada abierta y universal, comprendiéndose en su servicio redentor y liberador de todos los hombres, al tiempo que lo hacía desde la mirada concreta a cada persona, en sus pobrezas y su necesidad de amor. Es la mirada que nace del Evangelio de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, humanado, que en la tierra nos manifestó la perspectiva desde la que Dios nos mira y nos ama a los seres humanos.
Dios nos mira a todos, pero desde sus pobres y necesitados de la ayuda fraterna (cf. Mt 5,3-12; 11,4-6; Lc 4,18-19). Este es el sentido de la expresión “Iglesia de los pobres” y para los pobres, desde Juan XXIII a Francisco. Esta expresión no tiene un sentido excluyente; al contrario, se dirige y abarca con su mirada a todos los hombres, pero los mira desde los últimos y los necesitados de ayuda, desde cuya mirada se haría posible el “proyecto de hijos” y “proyecto de hermanos”, que Dios tuvo al crearnos. En la crisis actual, esta perspectiva de una Iglesia desde el Evangelio de Jesús y desde los pobres, se nos impone como irrenunciable.
Será además una Iglesia pueblo de Dios, Iglesia de los laicos con pleno derecho, todos comenzamos siendo laicos, luego vino la diferenciación d ellos distintos ministerios en la Iglesia (Francisco). Desde la revalorización, pues, del sacerdocio de los fieles, experimentada ahora, entremos definitivamente en la participación activa de los laicos y en el “liderazgo compartido” de los ministerios diversos en la Iglesia. También esta exigencia se nos impone para que, cuando en la salida del desconfinamiento volvemos al templo y a los sacramentos, la mayoría de los bautizados que han podido hacer una experiencia de Iglesia sin ellos, 1) se reafirmen en la oración en familia o en el cuarto donde Dios ve en lo escondido; 2) asuman su testimonio creyente en la secularidad de nuestro mundo; participen con la riqueza de sus dones y carismas construyendo esta nueva normalidad de vida eclesial, ya nada clerical; y 3) despierten su vocación a la evangelización reafirmando o creando comunidades de estudio y contemplación, donde compartir y profundizar su fe. Tales “oasis de espiritualidad y de diálogo” podrían ser la fuente del poder curativo para un mundo enfermo en muchos sentidos (diagnóstico de Tomas Halik[1] y otros pensadores).
Se consolidan además las metáforas que han ido apareciendo, si cabe, más necesarias en el tiempo de post virus o conviviendo con él. Al volver a los templos, no podemos dejar de concebirnos como “hospitales de campaña”, “oasis” donde respirar y reconfortarnos, “puertas abierta” para la acogida, etc. Pero también las que nos impelen hacia la misión evangelizadora como “Iglesia en salida”, “atrio de los gentiles”, “volver a la Galilea de los gentiles”, etc. ¿Dónde está hoy nuestra Galilea, donde podamos encontrarnos allí con el Jesús viviente que nos espera en nuestros hermanos?
Algo se nos va clarificando para esta nueva etapa evangelizadora: ¿Y si la línea de demarcación ya no pasara entre creyentes y no creyentes, sino entre “instalados” y “buscadores”? Porque podemos pensar que buscadores los hay entre los creyentes y los que creen no creer. El creyente debe entender su fe no como una posesión ni una herencia, sino como un camino hacia Dios, que recorre y pasa por “el camino del hombre” (Juan Pablo II), y lo transita con quien es para él “el camino, la verdad y la vida”, Jesús, una persona amada en comunidad de fe y vida, pero al servicio de los otros que aún no conocen esta comunidad. Recordemos que muchos que dicen no creer, simplemente rechazan creencias y conductas de los que les rodean como religiosos de una u otra religión, pero buscan humanizar sus vidas y las de los demás, y se esfuerzan por hacer cosas con sentido. El creyente puede, pues, vivir el misterio personal salvador de Jesucristo con el resto de buscadores del sentido y la solidaridad, que crean que no pueden creer en Dios.
En estos días se ha hecho muy necesario actualizar la descripción del misterio pascual de Jesucristo tal como la hacía la Gaudium et Spes:
“Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma sólo de Dios conocida, se asocien a este misterio pascual. Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó, con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba, Padre!” (GS 22 in fine).
La universalidad de la Iglesia como sacramento universal de salvación nos pide ampliar los límites de nuestra comprensión de la Iglesia (cf. LG 8; UR 3).[2] Para esta nueva etapa evangelizadora será muy conveniente que salgamos al encuentro de todos cuantos en este confinamiento se han hecho preguntas que antes no se habían hecho, preguntas que, aun sin saberlo, eran de algún modo nostalgia de Dios.
- En la salida del confinamiento y en la nueva normalidad en la que entramos, ¿qué pensar de la Iglesia Diocesana de Valencia, evangelizada y evangelizadora, a la que nos convocaba el Sínodo Diocesano en marcha?
3.3.1.- Sínodo diocesano de la Iglesia en Valencia. Para Octubre de este año 2020, ha sido convocada la Asamblea de nuestro Sínodo Diocesano. Con la experiencia que nuestra diócesis ha hecho en este confinamiento y su desescalada, creemos que este acontecimiento debería significar, quizá, mucho más de lo esperado, cuando se nos sorprendió con su lanzamiento. Deberíamos abrirnos ahora sin reticencia alguna a la gracia presente del Sínodo, en virtud de la intuición de fe y pastoral que nuestro Arzobispo D. Antonio, tuvo hace un año, sobre la oportunidad de convocar un Sínodo Diocesano.
Cuando todo en nuestra Diócesis también comienza su nueva normalidad, no deberíamos volver a lo de antes, como, por ejemplo, el desaliento y desunión, en parte, entre sacerdotes y obispos, y entre los mismos sacerdotes; la participación pasiva de los fieles; la sensación de que ya lo hemos probado todo, limitándonos a hacer sólo lo que sabemos hacer. La crisis sufrida debe significar un revulsivo para bien. El hecho de nuestras celebraciones litúrgicas de la Semana Santa y Pascua en nuestros templos vacíos y puertas cerradas, hasta que comenzamos a abrirlos en la Ascensión y Pentecostés, que son las fiestas que marcan el comienzo de la Iglesia apostólica y evangelizadora, debería ser un signo potente que el Espíritu nos ha regalado, para recordarnos que ya se nos estaban vaciando los templos y ya disminuían las solicitudes de los sacramentos y la catequesis. Por tanto, la apertura de los templos en el presente Pentecostés debe significar un verdadero “nuevo comienzo” que nos compromete a toda la Iglesia diocesana, y que lo sellaremos visiblemente con el Sínodo en Octubre.
Ha llegado la hora de retomar la misión encomendada por el Señor Jesús a sus discípulos, con profunda conversión personal y pastoral para ser “discípulos misioneros”. No podemos volver a la anterior resignación ante el vaciamiento de nuestros templos. El signo se nos ha dado.
Aunque no hayamos podido o no hayamos querido participar todos, laicos, religiosos, sacerdotes y obispos, como cada uno imagina que hubiera sido deseable, en la fase preparatoria del Sínodo, podemos suponer que quienes nos representaban en las distintas Comisiones de trabajo, han debido asumir los temas y tareas que están delante de todos. Hay tiempo para que cuando se conozca la redacción del Instrumentum Laboris todos nos obliguemos a conocerlo y discernir las decisiones prioritarias, que debe tomar nuestra Iglesia diocesana. Podremos aportar nuestro discernimiento y nuestras opciones, participando por medio de nuestros representantes en la Asamblea Sinodal.
El presente Sínodo incidirá en lo que todos asumimos como tareas urgentes: 1) El despertar de los laicos al compromiso con su vocación bautismal, como miembros activos en el Pueblo de Dios, con vistas a la vida de las comunidades eclesiales y al testimonio del Evangelio en el mundo, evangelizados y evangelizadores, discípulos y misioneros, con sus vidas y sus palabras. 2) La diocesaneidad de la misión apostólica de los ministerios y carismas en la Iglesia particular que camina en Valencia. Esto implica a los religiosos, presbíteros diocesanos y obispos. Todos ellos deberían asumir la exigencia de aunar esfuerzos y coordinar servicios pastorales en la misión evangelizadora. 3) Continuaremos en la transformación de nuestras parroquias y comunidades cristianas en clave misionera y evangelizadora, que no sólo reúnan y formen a los suyos, sino salgan al encuentro de los alejados, refractarios o contrarios a la fe y a la Iglesia.
3.3.2.- Parroquias sostenibles. A partir de la experiencia padecida del coronavirus y todo lo que nos ha hecho tomar conciencia, el concepto de parroquias y comunidades “evangelizadoras y misioneras” debería ampliarse ahora con el concepto de “parroquias sostenibles”. ¿Qué entendemos por una “organización parroquial sostenible”?
1) Pensamos en una parroquia sostenible[3] en el sentido que la parroquia va a seguir siendo un instrumento pastoral en la Iglesia de cara al presente y futuro. La Evangelii Gaudium apoya la compatibilidad entre parroquias, movimientos apostólicos y comunidades cristianas en la Iglesia particular de una Diócesis (EG 28-29). Pero también somos conscientes de las dificultades por las pasan las parroquias en una sociedad secularizada, donde crecen los que no necesitan de los servicios que la parroquia ofrece y decae la demanda. Por eso, la sostenibilidad de las parroquias depende de su transformación en parroquias evangelizadoras y misioneras, en el presente y en el futuro.
Para salir de la espiral de lamentos, y de una visión fatalista de que la Iglesia está destinada a desaparecer en las sociedades modernas, se hace necesario examinar la relación entre lo que se ofrece y lo que se nos demanda. Es patente que cada vez se nos demanda menos los servicios sacramentales y que, consecuentemente, hemos de ofertar cada vez más propuestas evangelizadoras, de llamada o primer anuncio, de iniciación a la oración y contemplación en silencio y compartida, de encuentros y diálogos abiertos para que se puedan presentar todas las preguntas que preocupan al hombre contemporáneo. Podemos también ofertar diálogos con la cultura contemporánea sobre la base de la estética, la ética y todos los lenguajes de la trascendencia o del sentido de la vida.
Con todo, la fidelidad de la presencia y apertura de nuestros templos y sus servicios religiosos o litúrgicos y catequéticos, aun en el caso de que seamos ya pocos los que los celebran o practican, siempre tiene un doble sentido: a) Los que asistimos a dichas celebraciones lo hacemos por nosotros mismos y en representación de los otros, una misión redentora que nos une a la acción redentora de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo “por muchos”. Y b) la permanencia en un lugar de un templo abierto siempre será ocasión para que el ciudadano o caminante pueda sentirse llamado a entrar un día y vivir a su modo un acercamiento a Dios, al descansar y serenar su espíritu, recibir algún mensaje sanador y salir bendecido.
2) Pensamos también en una parroquia sostenible si es asistida y gobernada por un liderazgo compartido de agentes laicales, religiosos y sacerdotes, convocados y presididos por el párroco, para que, a modo de consejo de pastoral o equipo para la nueva evangelización, lleven a cabo un plan pastoral evangelizador y misionero, adecuado a la realidad parroquial y arciprestal. De este modo podrán garantizar la viabilidad y continuidad de la misión, aun cuando cambien los párrocos por asumir una nueva misión para la que la Iglesia los requiera.
“Lo primero las personas”, es una consigna que se difunde ahora, y los cristianos la podemos asumir con mayor motivo. Esto significa que no puede darse una planificación diocesana sin tomar en cuenta a las personas que va a afectar y las características de pueblos, barrios y urbanizaciones, comarcas, cultura, idioma, vías y medios de comunicación, puntos de encuentro de los ciudadanos, respetando una sociedad civil en su pluralidad y libertad, así como respetando la historia y psicología de las personas que interviene en el proceso evangelizador.
3) Por último, diremos que una parroquia debe ser sostenible por los recursos y materias que consume y genera, teniendo en cuenta el cuidado de la Tierra, reduciendo el consumo y residuos, reutilizando materiales o productos y reciclando lo más posible (las tres erres). Ahora, después de lo aprendido con la experiencia padecida por el coronavirus no podemos dejar de lado la preocupación y cuidado de la Naturaleza, así como el compromiso con una ecología humana.
Pero no menos importante que el clamor de la Tierra es el clamor de los pobres. Por el amor al prójimo coherente con el amor de Dios manifestado en Jesucristo, debemos exigirnos un uso justo y solidario de los medios económicos y bienes con los que contemos, cumpliendo con la transparencia y la legalidad vigente, que atañe a todos los ciudadanos de un Estado de derecho. Quizá podamos hacer menos o tener que contar con más tiempo para las obras que necesitamos emprender; pero deberíamos ser ejemplares en no caer en el endeudamiento creciente, que tienta tanto a la ideología del crecimiento económico ilimitado como a la de la colectivización de todos los bienes. Cuando sea necesario endeudarse que sea proporcionado a nuestras posibilidades. Son necesarios espacios dignos, pero más urgente es la vivencia cristiana de la economía que ponga su centro en las personas y no en los bienes materiales que se puedan disfrutar. Cuantas inversiones económicas hemos hecho en las parroquias o comunidades sin que dieran grandes frutos en la conversión de las personas, las piedras vivas del templo del Dios vivo.
3.3.3. Sinodalidad. Una posible llave maestra como colofón de estas reflexiones sobre la Iglesia para la nueva etapa marcada por la experiencia sufrida.
Si los coronavirus u otros han venido para quedarse, según dicen los científicos, aunque sea previsible que en un año el coronavirus Covid-19 pueda estar controlado o eliminado con alguna vacuna o antídoto, su presencia nos ha aportado la necesidad de repensar nuestra forma de habitar esta tierra. Paralelamente, podríamos decir que los virus que se han manifestado con virulencia, en las últimas décadas, como pecados de la Iglesia de todo tipo, en sus miembros y, especialmente, en algunos ministros, disponían ya de una vacuna en el Espíritu Santo que alentó el Concilio Vaticano II y su magisterio.
Es una Iglesia que definida como Cuerpo de Jesucristo y Templo del Espíritu Santo, se comprendía ahora como Pueblo de Dios, orgánicamente estructurado (LG 11), es decir, como realidad viva y participativa de todos en los sacramentos y en las virtudes, desde la aportación orgánica de los carismas y ministerios diversos. Por eso, animaba la participación de los laicos, la corresponsabilidad del presbiterio presidido por el obispo, la significación eclesial de los carismas, la colegialidad de los obispos con el Papa, para lo que proponía la frecuencia de los Sínodos de los obispos con el Papa, entre Concilio y Concilio. Con todo lo vivido en la Iglesia como Pueblo de Dios, con el ingente magisterio habido en el postconcilio y, finalmente, por la conversión y reforma permanente de la que está siempre necesitada la Iglesia, en cuanto institución humana y terrena que es (UR 6), nos hemos concentrado en una eclesiología de comunión, que podría tener su llave maestra en el ejercicio de la sinodalidad a todos los niveles eclesiales, tal como la está impulsando el Papa Francisco, en conexión con las buenas prácticas habidas desde los comienzos de la Iglesia.[4]
Creemos sinceramente que la renovación en fidelidad al Evangelio de Jesús, que necesita la Iglesia, no es tanto doctrinal sino de ir asumiendo buenas prácticas que hoy se nos sugiere con el concepto de sinodalidad, que no es ajeno a la Sagrada Escritura y Tradición, que dispone de buenos fundamentos teologales en el peregrinar misionero del Pueblo de Dios como un caminar en común y confluyente por parte de sus miembros, en una eclesiología de comunión signo de la catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia, buscando la participación de todos contando con el don de la autoridad en la Iglesia.[5]
No podemos decir que ya lo estamos haciendo, porque no estamos acostumbrados a caminar, así, como Iglesia. Se nos pide una renovación sinodal de la vida y la misión de la Iglesia, una fuerte espiritualidad de comunión que beba del manantial de la comunión trinitaria divina, una formación para vida sinodal que pasará por el ejercicio del discernimiento en el Espíritu, personal y comunitariamente.
No será posible el discernimiento si no aprendemos a escuchar hondo, en atenta acogida por lo que dice el otro o el Espíritu, con palabras y con el lenguaje no verbal de toda su persona. No se trata de opinar, ni de pareceres, sino de escuchar al otro antes de correr a hablar, darse tiempo, ese bien tan escaso, y dar tiempo al otro. Para entrar en un diálogo y en unos silencios en profundidad que hagan posible el discernimiento espiritual, que nos ayude a crecer en fe, esperanza y amor. De este modo, en verdadera sinodalidad, la Iglesia podrá ir renovándose para cada tiempo y cultura, y poder así ofrecer el misterio de la redención que se le ha confiado para la salud del mundo.
[1] Tomas Halik, “Les Églises fermées, un signe de Dieu? en La Vie, 24/04/2020.
[2] El mismo Halik citaba a Eudokimov y su invitación lejana a las Iglesias de la ortodoxia a ampliar su comprensión como lo estaba haciendo entonces la Iglesia Católica: “Los no ortodoxos, como indica su nombre, ya no están en la Iglesia ortodoxa, pero la Iglesia, por encima de su separación, continúa estando presente y obrando en presencia de la fe y de la recta intención de la salvación. Sabemos dónde está la Iglesia, pero no se nos ha dado el extender el juicio y decir dónde no está la Iglesia” (P. Eudokimov, Ortodoxia, Barcelona 1968, pp. 379-380).
[3] Sellmann habla de “estructuras sostenibles” por su capacidad de innovación en diálogo con las empresas. Mi reflexión se sitúa en un nivel anterior, donde la sostenibilidad de nuestras parroquias depende de la innovación en clave misionera y evangelizadora. Por eso, bajo el concepto sostenible agrupo algunas características de las que ya hablamos en nuestro curso y libro J. Vidal, M. Ruiz, S. Pons (eds.), ¿Nueva Evangelización desde las Parroquias? Facultad de Teología Valencia 2018. Ahora solo se añade con el concepto sostenibilidad el desafío ecológico y solidario económicamente hablando. Cf. Matthias Sellmann, “Seven Characteristics of a Future-Proof Parish: The Approach of the Center for Applied Pastoral Research”, en: Staf Hellemans & Peter Jonkers (eds.), Envisioning Futures for the Catholic Church, (The Council for Research in Values and Philosophy), Washington 2018, 270.
[4] La sinodalidad de la que se habla en el Concilio Vaticano II y se anima en la actualidad eclesial ha dejado ya atrás otros errores como el conciliarismo, galicanismo, el presbiterianismo…, o en los tiempos modernos, la reivindicación de una estructura puramente democrática de la Iglesia o de una eclesiogénesis desde abajo.
[5] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, San Pablo, Madrid 2018.