Evangelio y vida
Evangelio y vida
Este agosto, hablar de “vacaciones” suena fatal, porque son muchos los que no se las pueden permitir y muchos más los que las tienen forzadas por su situación de desempleo y falta de recursos para sobrevivir. Pero sí que es necesario el descansar y el cuidarnos y cuidar unos de otros. Debemos buscar descansar y desconectar al menos algunos tiempos, porque desconectar del todo de los problemas o deberes que tenemos no lo podemos hacer. Pero si hay problemas o preocupaciones que nos angustian, debemos aprender a aparcarlas durante algunos tiempos, horas o días, para cuidarnos y cuidar.
Cuidarnos se refiere, no sólo hacer lo que nos ayuda a la salud del cuerpo y evitar lo que la pone en peligro, sino también atender a nuestro espíritu, la salud del alma o del ánimo, que tantas veces el malestar anímico tiene repercusiones en el cuerpo, lo que llamamos “somatizar” los problemas. En los tiempos que corren, he podido comprobar que son muchos los que sufren no solo por la salud sino por el ánimo. Los expertos dicen que viene una segunda pandemia consecuencia de la pandemia del coronavirus covid-19 y la crisis económica tan grande desatada. Se trata de la pandemia de las enfermedades o fragilidades mentales, nuevos necesitados de ayuda psiquiátrica o psicológica.
Me sorprende que muchos den por descartado que la fe no va a poder ayudar. Cuando lo cierto es que sí que ayuda a integrar nuestras debilidades y limitaciones, para abrirlas a sus posibilidades, muchas más de las que imaginamos cuando contemplamos nuestra vida en el horizonte del amor de Dios, dado que Él es el garante de nuestra vida y de nuestro ser amados. La psicoterapia ayuda a integrar nuestras debilidades abriéndolas a la realidad y a sus posibilidades nunca agotadas. La fe sitúa dichas posibilidades en el horizonte mayor humanamente posible, al contar con el Dios que es Vida y Amor, más allá de toda pérdida, frustración o muerte.
En el primer domingo de agosto, la Palabra de Dios que proclamamos evoca fiesta, alegría, abundancia y compartir. No se trata de vanos consuelos. Es un lenguaje de metáforas y signos, que vienen a levantar la esperanza y, con ella, el ánimo, a tomar conciencia de las fortalezas de cada uno y comenzar a sentir la solidaridad con el prójimo. Todo, para afrontar la vida y la realidad, por dura que resulte a veces.
Dios nos dice este domingo en metáforas: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: comprad trigo y comed, venid y comprad, sin dinero y de balde, vino y leche […]. Inclinad vuestro oído, venid a mí: escuchadme [acogedme en vuestro corazón] y viviréis”. Y Jesús manda a la gente que le seguía recostarse en la hierba, y “tomando los cinco panes y dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio […]. Comieron todos hasta saciarse”. Levantando la mirada a Dios, dando gracias por tanto don recibido, todo comienza a reordenarse y reorientarse desde las fuerzas recobradas, atendiendo a la realidad y a los que sufren. No somos los únicos, y la compasión hacia los demás nos fortalece en la esperanza, en lugar de debilitarnos.