En la Escuela del Espíritu Santo

Meditación del Retiro de junio, continuando el de mayo, en San Lázaro. 20/06/2021

Llega el tercer retiro de mes en San Lázaro, presencial y online. Quien lo pida se le pasará el enlace para el Zoom. un tiempo antes de las 6 de la tarde.

Introducción.

Comenzamos un nuevo itinerario.

Desde antes y después del Vaticano II se habló de la llamada de los laicos a la santidad. En Gaudete et Exultate el Papa Francisco habla de la santidad del vecino de la puerta de al lado. Beata Juana María hablaba de ser santos sin ruido. Parece ser que los católicos creemos en el Espíritu Santo, pero no sabemos contar con Él. Santa Teresa de Jesús nos dijo que el camino de oración que ella ofrecía era para todos, no sólo para los clérigos y religiosos.

Nos dirigimos al Padre nuestro, creador, origen de toda vida, misericordioso y compasivo. Acudimos a la escuela del Evangelio donde nos encontramos con Jesús, y comulgamos con el gesto de su entrega en la Eucaristía. Aceptamos su amistad e intimidad como compañero de camino. No está tan asimilado ni la invocación al Espíritu Santo, ni la escucha del Espíritu Santo en nosotros, ni el proceso del discernimiento entre los espíritus.

Precisamente a Él se le atribuye el proceso de nuestra santificación. Creador el Padre y lo contemplamos con la parábola del padre del hijo pródigo. Redentor el Hijo y lo contemplamos con la parábola del Buen Samaritano. Santificador el Espíritu Santo y lo contemplamos en las parábolas del Reino de Dios y las semillas, su crecimiento, su fecundidad, sus frutos, su dinamismo, su contar con el tiempo, su futuro y presente, su tesoro escondido, el viento que sopla y se hace notar sin saber de dónde viene y a dónde va, el viento huracanado de pentecostés y el posarse suave de una paloma que se posa sobre nosotros, lenguas de fuego que caldean e iluminan y empujan a difundirlo…

Necesitamos muchas parábolas y metáforas, para ir identificando al Espíritu Santo, y aun así no sabemos bien cómo contar con Él, pues nos aparece como libertad de Dios de la que no disponemos y como amor de Dios del que no sabemos a dónde nos llevará o del que no nos creemos capaces.

Humildemente queremos aprender a tratarle, a identificarle, a dejarnos llenar por Él. Acudamos a la escuela del Espíritu Santo.

Es con Él con quien podremos crecer en iniciativa y creatividad, en salida de sí y en autodonación, y es con Él con quien podremos discernir la novedad que el momento actual de la Iglesia y la humanidad nos está pidiendo.

Ven Espíritu Santo, llena nuestros corazones, que seamos dóciles a cuanto nos sugieres en la renovación de la Iglesia y la renovación de la humanidad. Ven, Tú que sabes y puedes hacer nuevas todas las cosas, tu que me haces nacer de nuevo de Dios para la vida de los hombres.

Información previa. Anexo 1 y Anexo 2:

Anexo 1. La Ventana de Johari reserva espacio al Espíritu

Anexo 2. Radiografía del ser humano:

El Yo consciente

Imagen corporal, temperamento, carácter

Inteligencia y cuanto conozco (saber)

Voluntad y cuanto quiero (obrar)

Sentimientos y cuanto siento (sentir)

Emociones (experienciar-vivenciar)

Afectos (deseos, anhelos, querencias, quereres)

Libertad, relaciones, actividades, pasividades

Historia, recuerdos y olvidos (memoria)

Personalidad e ideal del Yo

El Subconsciente

Psicología profunda

lo reprimido o sublimado con sus

Pulsiones

Instintos

Biología

El Pre-consciente o Trans-consciente que nos habita

El Espíritu Santo:

Deseo de Dios y Libertad despertado en mí. Porque soy proyecto de hijo y proyecto de hermano en el corazón de Dios. Imagen de Dios. Dignidad.

Mi más profundo centro:

El Espíritu Santo (y con él, el Padre y Jesús).

Más íntimo a mí que yo mismo.

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Comencemos por recordar la experiencia de Dios que nos ha pasado la tradición cristiana que nace de Jesús de Nazaret: “Dios en mí (Espíritu Santo), fuera de mí o a mi lado (Hijo hecho hombre), por encima o antes de mí (Padre)”, puede ser una buena comprensión de la mística cristiana (Saskia Wendel).

Jesús fue el hombre que pudo decir en verdad “yo”: “soy yo” o “yo soy” (Dorothee Sölle1). Recordemos: “Soy yo, no temáis” (Mc 6,50). “Yo soy” (Jn 18,5-8; cf. 14,6). Esa forma de autoidentificarse sólo la puede usar Dios: “Yo soy el que soy”, el que estará con vosotros hasta el fin de los tiempos porque soy desde el principio de los tiempos. Nosotros no podemos decir tanto al decir “yo”, es un yo titubeante, inseguro, limitado, dependiente de los otros, haciéndose. Precisamente por esa debilidad que sentimos, necesitamos tanto de la autoafirmación, o gritamos al otro, o algunos hasta recurren a imponerse con violencia. ¡Cuánta debilidad! Si somos alguien es por el Espíritu de Dios que nos hace ser y nos sostiene y nos hace dar lo mejor de nosotros, trabajando en nosotros mismos, ayudando a nuestro espíritu finito. Le debemos la vida y hemos sido creados a su imagen y semejanza para dar vida, para ser co-creadores con Él, para ser libres como Él, para amar como Él.

En Jesús, hombre como nosotros, vimos al Espíritu que nos habita. Vimos al Espíritu Santo en Jesús, pero lo vimos en una plenitud que nos supera y nos revela que Jesús era el mismo Hijo de Dios. Los discípulos lo intuían, pero lo vieron claro a partir de los encuentros con el Resucitado que pocos días antes había sido crucificado.

En el retiro de mayo, concluimos: el Espíritu Santo no es lo invisible, intocable, imperceptible; sino que donde está el Espíritu se ve: se ve que hay Espíritu, se ve que actúa el Espíritu. Lo vemos en la acción y persona de Jesús, y en la acción y personas de los discípulos de Jesús. A Jesús le pareció imperdonable que, actuando Él con el Espíritu de Dios, algunos de los fariseos, contra toda evidencia, le acusaran de actuar en nombre del Belcebú, el príncipe de los demonios, y lo llamó “blasfemia contra el Espíritu” (Mt 12,24).

El Espíritu Santo es Dios en acción creadora o redentora de sus criaturas, Dios actuando, creando y recreando posibilidades infinitas en la finitud de su creación, mientras Él llegue a ser todo en todos (1Cor 15,28).

Se comprende que Jesús dijera que si no ves la luz cuando brilla con claridad, si no ves el bien cuando poderosamente atrae, si no ves la alegría por la sanación o la liberación de la dignidad del hombre, si no ves a Dios actuando, estás perdido, te cierras a la esperanza de tu redención, rechazas la mano que se te tiende para sacarte a flote. “Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!” (Mt 6, 22-23). Si la luz que hay en ti está oscura… La luz de Dios en ti es el Espíritu Santo, y puede que no la dejes alumbrar, que estés en tantas otras cosas y vivas con tantos otros espíritus, que la Luz que está en ti parece estar apagada; entonces, ¡cuánta oscuridad!

Por eso denuncia como ciegos a los que no ven la bondad y alegría en la curación del ciego de nacimiento. Éste acabará viendo y creyendo en Jesús; en cambio, los que “dicen ver” son los verdaderos ciegos a la acción del Espíritu de Dios (Jn 9).

Nuestra tarea más urgente es aprender a identificar la acción del Espíritu en nosotros, en la Iglesia, en la historia, en el cosmos creado. De lo contrario no podremos ser portadores de buenas noticias. Y, sin embargo: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae Buenas Noticias” (Is 52,7).

Y, ahora, cuando os invitaba a este nuevo retiro os decía:

Estamos en un nuevo itinerario.

Desde antes y después del Vaticano II se habló de la llamada de los laicos a la santidad. En Gaudete et Exultate el Papa Francisco habla de la santidad del vecino de la puerta de al lado. Beata Juana María hablaba de ser santos sin ruido. Parece ser que los católicos creemos en el Espíritu Santo, pero no sabemos contar con Él. Santa Teresa de Jesús nos creyó que el camino de oración que ella ofrecía era para todos, no sólo para los clérigos y religiosos.

Ya sabemos dirigirnos a Dios como Padre nuestro y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Dios Creador, origen de toda vida, misericordioso y compasivo con sus criaturas humanas, a imagen y semejanza suya. También acudimos a la escuela del Evangelio donde nos encontramos con Jesús y comulgamos con el gesto de su entrega en la Eucaristía. Aceptamos su amistad e intimidad como compañero de camino. Pero no tenemos tan asimilado ni la invocación al Espíritu Santo, ni la escucha del Espíritu Santo en nosotros, ni el proceso del discernimiento entre los espíritus.

Precisamente al Espíritu Santo se le atribuye el proceso de nuestra santificación. Creador el Padre y lo contemplamos con la parábola del padre del hijo pródigo. Redentor el Hijo y lo contemplamos con la parábola del Buen Samaritano. Santificador el Espíritu Santo y lo contemplamos en las parábolas del Reino de Dios y las semillas, su crecimiento, su fecundidad, sus frutos, su dinamismo, su contar con el tiempo, su futuro y presente, tesoro escondido en la creación y el misterio de la vida, el viento que sopla y se hace notar sin saber de dónde viene y a dónde va, el viento huracanado de pentecostés y el posarse suave de una paloma que se posa sobre nosotros, lenguas de fuego que caldean e iluminan y empujan a difundirlo…

Necesitamos muchas parábolas para ir identificando al Espíritu Santo, y aun así no sabemos bien cómo contar con él, pues nos aparece como Libertad de la que no disponemos y como Amor del que no sabemos a dónde nos llevará o del que no nos creemos capaces. Pero lo que le define más personalmente es que es Don del Padre y del Hijo a nosotros, Señor y Dador de Vida, decimos en el Credo. Y al decir “Señor” debemos darle cierta autonomía y libertad, cierta personalidad, que no es sino la de Dios en su acción en lo creado. Y al decir “Dador de Vida” debemos pensarle dando vida, creando y recreando posibilidades de vida, desde la más ínfima a la más divina, dándose en sus dones espléndido.

Persona-Don le llamó Juan Pablo II, lo que, para expresarlo con mayor claridad, deberíamos decir que el Espíritu Santo es la Autodonación de Dios en persona, es Dios dado, Dios comunicado al ser humano, pero comunicado como algo sino como Autodonación, comunicado comunicándose, Don para donarse, Vida para darse, Amor para amar concreta y personalmente. Humildemente queremos aprender a tratarle, a identificarle, a dejarnos llenar y llevar por Él, a dejarnos inspirar por Él. Acudamos a la escuela del Espíritu Santo. Si hemos aprendido a dirigirnos a Dios Padre nuestro y a Dios Hijo en Jesús, amigo, amado, debemos aprender a dirigirnos al Espíritu Santo y contar con él en nuestra vida diaria.

Es con Él con quien podremos crecer en iniciativa y creatividad, en libertad interior y en alegría o paz interior, en salida de sí y en autodonación, y es con Él con quien podremos discernir la novedad que el momento actual de la Iglesia y la humanidad nos está pidiendo.

Ven Espíritu Santo, llena nuestros corazones, que seamos dóciles a cuanto nos sugieres en la renovación de la Iglesia y la renovación de la humanidad. Ven, Tú que sabes y puedes hacer nuevas todas las cosas, tú que me haces nacer de nuevo de Dios para la vida de los hombres.

Puede ayudarnos en este nuevo itinerario el librito de Jacques Philippe, En la escuela del Espíritu Santo, Patmos-Rialp, Madrid 2020.

Jacques Philippe, al comienzo, cita a Faustina Kowalska:

“Oh Jesús mío, ¡qué fácil es santificarse! ¡Solo hace falta un poquito de buena voluntad! Y si Jesús descubre ese mínimo de buena voluntad en el alma, se apresura a darse a ella. Y nada le detiene, ni las faltas, ni las caídas, absolutamente nada. Jesús tiene prisa por ayudar a esta alma, y si el alma es fiel a esta gracia de Dios, en poco tiempo, logrará llegar a la más alta santidad que una criatura puede alcanzar aquí abajo. Dios es muy generoso y no niega a nadie su gracia. Incluso nos da más de lo que pedimos. La vía más corta es la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo.

Así es, comenta Philippe. Primero tomamos conciencia de que Dios es el más interesado en nuestra santidad, libertad y capacidad de amar, o sea, en nuestra plenitud de vida. Y de que, si tomamos esa santidad o plenitud como un objetivo a conseguir por nuestras fuerzas, nos equivocamos. Aquí no se trata de un camino de perfección a nuestro cargo. Sólo podemos ser perfectos como el Padre del cielo si su Espíritu nos trabaja y nos ayuda con sus solicitaciones e inspiraciones. El camino es superior a nuestras fuerzas, recordamos a Elías. Toma y come del alimento de Dios porque no vas a poder como objetivo a cumplir por ti. Te pueden ayudar amigos o la comunidad de fe, pero la mejor e insustituible ayuda será la del Espíritu Santo en ti. Sólo Dios conoce el camino de cada uno. Papa Francisco nos dice que no deseemos copiar la vida ni siquiera la de un santo o santa. Tu forma de ser santo es la que Dios piensa contando contigo. Para cada uno guarda Dios un camino virgen que nadie ha hollado, dice León Felipe.

Y, para ello, la vía más corta o más fácil es la fidelidad a las inspiraciones del Espíritu Santo, comenzar con la primera que se detecte, atentos a la segunda, ser fiel a todo cuanto va apareciendo en tu vida que ves claro que es del Espíritu. Cada vez percibirás más, las distinguirás de las ganas, de las apetencias, de los impulsos irrefrenables, de los prontos, de los antojos, de las modas, del hacer lo que todos hacen, de los muchos espíritus mundanos que nos tientan.

Atentos, pues. Dios nos llama a la perfección o a la santidad. Pero Dios no es un perfeccionista. Y la perfección o la santidad no se alcanza por la identificación externa con un ideal que se tiene, sino por la fidelidad interior a las inspiraciones divinas, a sus dones, a sus regalos; a Alguien que nos enamora con sus lazos de amor y comienza a hacernos sentir amor por Él, en libertad, ya no por obligación o por deber.