Un pueblo necesita de buenos líderes que sufran con el dolor del pueblo
Jeremías avisa: ¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño! El papa Francisco ha pedido que los pastores huela a ovejas, que no las dejen ni las dispersen para que no les molesten.
¿Cómo se dispersan las ovejas? Cuando se las desorienta con engaños y seducciones que rompen con el objetivo común, cuando no se pone a las personas en primer lugar ni se busca el bien común. Además de los políticos, educadores y otras instituciones económicas o sociales, también los pastores de la Iglesia hemos tomado conciencia de haber dejado que se pierda las ovejas por clamoroso malos ejemplos que hemos dado.
Jeremías insiste: “Las dejasteis ir sin preocuparos de ellas”. Manipulaciones de las gentes, ideologías que sólo piden seguidismo, explotación a beneficio propio, injusticias de todo tipo… El resultado es: Se perdieron, se pierde la gente, crece el “sálvese quien pueda”.
Dios por el profeta anuncia un hijo de David, el Mesías, que reinará con justicia y derecho en la tierra. El pueblo de Dios, ahora la humanidad, recibirá otro nombre. Se llamará: “El-Señor-nuestra-justicia”. Vino el Mesías en Jesús de Nazaret. Su presencia y el reinado que Él inauguraba, ciertamente, hacía justicia al ser humano, la persona era tratada con dignidad. Él así lo hizo a la vista de todos. Nos invitó a hacerse discípulos suyos para actuar en justicia y por amor. Pero Jesús, de nuevo, cayó en el intento, víctima de la injusticia humana.
Sí, es verdad, Dios lo resucitó, aprobó su vida, se identificó con su persona, le constituyó en Hijo de Dios al resucitarlo, porque Padre e Hijo ya eran uno en el Espíritu Santo que les unía. Pero, entonces, después de Jesús, ¿cómo hemos quedado? La aspiración a la justicia en nuestro mundo sigue siendo una exigencia humana plenamente válida y Dios también la exige, era su sueño al crearnos con libertad e inteligencia, que la usáramos para tratarnos bien, para ser justos y compasivos.
Por eso, el nombre recibido por la humanidad, nuevo pueblo de Dios en ciernes, es el mismo que se dijo del pueblo de Israel: “El-Señor-nuestra-justicia”. Pero a partir de ahora, dicho nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, la humanidad, además de líderes que no le engañen ni le exploten, necesita de líderes que sufran como Jesús, a los que se les rompan las entrañas, al padecer con los hombres y mujeres a los que sirven.
Así nos lo dice el evangelio: “Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles”:
- Ver la realidad, ni engañar ni autoengañarse, ni manipular en beneficio propio. El ser humano no es una máquina. En la economía, en la sociedad, en la Iglesia, somos corresponsables, cooperadores. Se retribuye el trabajo de la inteligencia, pero también hay que hacer justicia y retribuir el trabajo de las manos; y siempre hay que respetar el corazón, la dignidad de la persona.
- Compadecerse del dolor humano, con-padecer, padecer con los que padecen, sentir como propio el sufrimiento ajeno, sobre todo, en estos tiempos de tanta desintegración social.
- Enseñar lo que es de justicia e intentar llevarlo a cabo.
Y, al final, en nuestros límites o impotencia, ¡abrirnos al Dios nuestra justicia! No engañamos a nadie. Aquí solo es posible rebañar parcelas de justicia a la injusticia, no vencerla de raíz. Si se intenta, se cometerá otra injusticia. Y, sin embargo, seguimos en el intento, seguimos aspirando y trabajando por la justicia.