La visitación de María a Isabel, preanuncio de la Natividad
El evangelio de hoy nos hace mirar a María expectante, embarazada, esperando dar a luz a su hijo al que pondrán por nombre Jesús, “Dios viene a salvar lo humano”. No puede haber mejor noticia. Nos recuerda que un día María se levantó, y se puso en camino de prisa hacia la montaña, la zona montañosa de Judea, donde se asienta Jerusalén. Fue a una ciudad de por allí, y entró en casa de Zacarías buscando a otra madre embarazada, la mujer, Isabel. Misterio de la Visitación, que encantaba a Calos de Foucauld. El relato todo rezuma alegría, gozo de dos mujeres madres que con la emoción saltan los hijos en su vientre. Antes, resalta la prisa de la que camina por valles y montañas, signo de la ilusión que le hace el encuentro. Ella sale polarizada por Isabel: tengo que verla y si puedo ayudarla.
En cambio, cuando se da el encuentro, la mirada se dirige toda a María, su presencia y la de Jesús en su útero hace saltar de gozo a Juan en el útero de Isabel. La presencia de la Llena de Gracia con su hijo hace que Isabel también se llene de Espíritu Santo, e inspirada, levanta la voz y exclama: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Primer momento: Asombro y bendición. Llega mi Señor y lo lleva la madre bendecida, que me invita a bendecirla. ¿De cuántos encuentros podría yo decir que me llega mi Señor y me lo trae una persona bendecida? Por si acaso, ¡mi acogida podría transformarse en bendición para toda persona que me sale al encuentro!
“En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Todos los que nos buscan o vienen a nosotros no nos provocan lo mismo. Algunos nos ponen a la defensiva, nos hacen temer que se nos complique la vida, algunos encuentros de navidad nos preocupan. Otros espontáneamente nos hacen felices. Sea como sea, siempre es el Señor que llega en el hermano. Es también lo que celebramos en esta Navidad.
Las misas, los rezos, la Palabra de Dios, la Presencia eucarística, las fiestas litúrgicas, todo nos está reenviando al prójimo, al hermano, no es una cosa privada. María en la visitación a Isabel nos lo dice. Cuando ella, como un sagrario viviente, lleva al Hijo de Dios en su seno, tuvo momentos en que en silencio lo acarició con su esposo José, se cuidaron y lo cuidaron. Pero también miraron hacia sus parientes y a su prójimo. María tuvo otros momentos en que se levantó y se puso en camino de prisa hacia el encuentro los otros que le podían necesitar.
Todo el movimiento de la Iglesia “en salida hacia los otros” comenzó en el Hijo de Dios, saliendo de su condición de Dios y entrando en el mundo; para ello, el Espíritu formó un cuerpo en el seno de María. No vino para ser sacerdote de oficio, sino para entregarnos su vida por amor. María lo saludó al llegar dando gracias a Dios. Fiat. “Hágase en mí según tu palabra”. ¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá!