Domingo de la Palabra de Dios.
Que Dios pueda comunicarse con el hombre, mediante los hechos que le pasan y mediante palabras que él entiende, es la maravilla de la historia de esperanza y de salvación que nos narra el conjunto de libros que forman la Biblia. Cuando el imperio de Babilonia conquistó Jerusalén y deportó a sus ciudadanos israelitas, éstos comprendieron que no habían sido fieles a la Alianza con Dios, aunque ya se lo advertían los profetas. De vuelta del exilio gracias a Ciro rey de Persia, encontraron muchas dificultades para recomenzar sus vidas en Jerusalén y Judá. Al fin, al cabo de algunos siglos gozaron de cierta estabilidad, revisaron y reescribieron las Escrituras Sagradas y, en una fiesta solemne las proclamaron ante el pueblo.
El pueblo lloraba de emoción mientras se proclamaba las palabras del Señor su Dios. Por eso, les dijeron: “Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis, comed…, bebed…, invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!” El gozo del Señor al conseguir comunicarse con nosotros, ha de ser nuestra fuerza, nuestro ánimo, nuestra emoción: le ha conseguido, porque entendemos lo que nos dice, ni más ni menos que Dios.
Es el momento de tomar conciencia de nuestra pertenencia al Señor y decirle: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Son espíritu, pues nos revelan nuestra dignidad espiritual como hombres que somos, mujeres, varones, mayores, jóvenes… ¡Dignidad de seres espirituales en cuerpo humano, cuerpo y espíritu que nos ponen en relación con los otros, con el mundo y la historia, y con Dios! El Espíritu Santo nos habita, somos espirituales. Dignidad indestructible.
Y tus palabras también son nuestra vida. Cuando las palabras del Señor tomaron carne en Jesús, su vida fue la Palabra y Vida de Dios en persona, en la persona de su Hijo Jesús. Él nos pasó la vida del Padre que salva nuestra vida, la dignifica y ennoblece, la vida de todos, incluso la que nos puede parecer a ojos humanos menos digna: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”.
Cuando acaba y dice: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”, y lo acabamos de escuchar, es ahora cuando nos está diciendo a nosotros: Hoy se cumplen estas cosas con vosotros: mirad entorno vuestro. A los pobres les llega una buena noticia y los oprimidos son liberados, y el año de gracia está proclamado en esta eucaristía, sacramento del amor entregado de Dios por nosotros. Vosotros sois testigos y dais testimonio.
Con el bautismo y sus renovaciones tomamos conciencia de ser cuerpo de Cristo, y cada uno de nosotros somos un miembro suyo. Nadie sobra, y muchos faltan. De ahí la necesidad de llevar la Buena Noticia a cuantos la ignoran o la malentienden. Hoy es un día para agradecer emocionados que tenemos en casa un libro que nos habla de Dios: la Biblia, o al menos los Evangelios.
Propongo que todos hagamos un gesto, donde tengáis vuestro rincón de oración, con alguna imagen de Jesús o María, poned vuestra Biblia o Evangelios, y cada día tomar el libro, darle un beso, abrirle y agradeced que Dios desee comunicarse con cada uno de nosotros. Ahí hallaremos palabras que son Espíritu y Vida. Las acogemos en nuestro corazón, cerramos el libro y nos despedimos con otro beso. Si decimos “Dios está ahí” en la presencia eucarística, digamos también “Dios está aquí” en la presencia mediante su Palabra, contenida en la Biblia.