De lo que rebosa el corazón…

De lo que rebosa el corazón habla la lengua. ¿Qué atesora nuestro corazón? Si atesoramos bondad, fe, paz, compasión, generosidad, perdón… de nosotros saldrá el bien. Si atesoramos disgusto, amargura, desesperanza, rigorismo, el que la hace la paga… de nosotros sacaremos poco bien, generaremos un mal ambiente y nos repercutirá en mayor disgusto con los demás y con nosotros mismos.

Jesús aplica una lógica sencilla: Del árbol bueno sale fruto bueno, del árbol que no está sano salen frutos malos. Por sus frutos los conoceréis. Por nuestros frutos nos conocerán. Si el fruto revela que el árbol está bien cuidado y sano, las palabras humanas y sus obras revelan el corazón de la persona. Un dicho sapiencial decía: No elogies a nadie antes de oírle hablar, porque ahí es donde se prueba cómo es una persona. Lo que comunicamos nos delata. En las redes sociales, por ejemplo, la gente se comunica y deja al descubierto sus deficiencias o hasta sus defectos. Es muy frecuente que la gente muestre una necesidad de ser tenida en cuenta, de llamar la atención, de ofrecer la imagen en la que me proyecto.

La calidad de las personas está en su corazón, en su cabeza y en sus manos. Es muy importante escuchar el corazón y discernir los sentimientos, y no dejarse llevar por ellos sin analizar su significado; es lo que hacemos con la cabeza, pensar. Y lo que hacemos con las manos son las obras, el trabajo, la acción humana solidaria o egoísta. Cuidemos lo que guardamos en el corazón, sede de nuestra dignidad humana que no hemos de echar a perder.

La calidad de las personas es lo que las hace capaces de ser luz, guía para otras personas. ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? Dice Jesús. ¿A quién tenemos como guía nuestro, a quién deseamos parecernos? Porque según la calidad humana y espiritual de la persona de referencia para nosotros, dependerá nuestra calidad, la elevación de nuestro corazón. Si nuestro maestro es Jesús estamos muy bien orientados para no deshumanizarnos ni banalizar nuestra vida. No está el discípulo sobre su maestro, aunque cuando termine su aprendizaje podrá ser maestro de otros. Por eso los cristianos hemos de seguir siendo discípulos de Jesús y guías maestros de los hermanos. Jesús confió en sus discípulos. ¡Discípulos – misioneros!