Evengelio
El Evangelio
El pueblo de Dios experimentó el Destierro a Babilonia, el Exilio en la noche de
su historia. Allí tomó conciencia de su alejamiento de la Alianza con Dios y allí se abrió
a una posible presencia de Dios sin templo, ni tierra, ni sacerdotes ni reyes propios. ¿En
qué apoyarse sino en el mismo Dios del que se alejaron? Había que volver a Él y decirle
que no lo habían olvidado. De ahí la oración impresionante del Salmo:
Junto a los canales de Babilonia | nos sentamos a llorar | con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas | colgábamos nuestras cítaras. Allí los que nos
deportaron | nos invitaban a cantar; | nuestros opresores, a divertirlos: |
«Cantadnos un cantar de Sión». ¡Cómo cantar un cántico del Señor | en tierra
extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, | que se me paralice la mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar | si no me acuerdo de ti, | si no pongo a
Jerusalén | en la cumbre de mis alegrías.
Hoy somos nosotros el nuevo pueblo de Dios que se originó de los judíos que
creyeron en el Mesías Jesús y los cristianos que se unieron de los pueblos gentiles y
recibieron el bautismo. Hoy este pueblo de Dios que es la Iglesia, que hace el camino de
los hombres, en la actualidad, muchas veces siente que vive en la noche de la historia,
desterrado de la cultura dominante en el Occidente, sin que no se oiga su clamor por la
paz entre Ucrania y Rusia, ni entre Palestinos e Israel, sin que el clamor de los pobres y
el clamor de la tierra cambie el funcionamiento de la economía, sin que el clamor por la
vida concebida frene el derecho a disponer de una vida humana en gestación, sin que la
invitación al diálogo a y llegar a acuerdos venza la polarización en que se ha instalado la
sociedad y la política, y sin que el rumor de los ángeles y Dios se deje escuchar en
nuestras ciudades.
Podemos sentirnos como en tierra extraña. Pero hemos de levantar la mirada hacia el
crucificado, así tenía que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él
tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él. Unámonos a Él por la salvación de este mundo que
no nos comprende.