Cuaresma y ejemplaridad II (tercer domingo de cuaresma 2019)

“Si no os convertís, todos pereceréis”, oiremos hoy. Claro que hay catástrofes e injusticias en nuestro mundo que, en lugar de desanimarnos, deberían “avisarnos” y recordarnos lo fácil que es perder la vida, si la ha de asegurar este mundo nuestro. Basta que nos recuerden que debemos convertirnos hacia Dios, la Vida, el único que sostiene verdaderamente nuestra vida. El agua de su “vida eterna” fue derramada en nuestros corazones en el día de nuestro bautismo: entonces “volvimos a nacer”, esta segunda vez ya no de modo natural, sino que “nacimos del agua y del Espíritu Santo”, y sin dejar de ser hijos de nuestros padres pasamos a ser hijos de Dios, hermanos entre nosotros, entre los otros hijos, las criaturas humanas, la personas, todas, con la dignidad que les da haber sido llamadas a ser familia de Dios.

Pero puede darse que este gran don lo hayamos olvidado o reducido a mero dato como que me bautizaron y ya está. Y quizá andamos “perdidos” buscando otras aguas que calmen nuestra sed, sin que la acaben de saciar. Hemos de hacer memoria del amor que nos constituye y que fluye por nosotros, desde Dios a nuestros hermanos. El bautismo celebraba que éramos fruto de un amor eterno y que dicho amor nos constituía. La esencia del ser humano es amor. Nos lo ha revelado Jesús, el Hijo de Dios, y nos lo ha comunicado Jesús, el hijo del hombre, con su entrega “por nosotros y por los muchos”, para darnos vida y vida en abundancia, esa que no se desgasta ni perece ya. Aprovechemos la cuaresma para volver a encontrarnos con Él.

No basta conocerle de oídas. No basta saber algo de Él. Necesitamos dejarnos encontrar por Jesús, hacerle posible el encuentro, parar nuestro ajetreo diariamente, decirle que le amamos y sentir su amor. Sin esta conexión frecuente con Él, es fácil perdernos, ver cómo nuestra vida se desgasta y se consume, hasta perecer. Convirtámonos, desandemos el camino que llevamos, encaminémonos hacia Jesús y sigámosle.

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