La pila bautismal y el cirio pascual nos reunieron entorno a ellos la noche de la Vigilia Pascual

La pila bautismal y el cirio pascual nos reunieron entorno a ellos la noche de la Vigilia Pascual.

Todo comenzó con la liberación de las tribus hebreas explotadas en Egipto. Su Éxodo y Paso por el Mar Rojo, por el Desierto y, finalmente, el paso por el Jordán, hasta la tierra donde pudieron ir instalándose, confederándose las tribus bajo un único nombre de Israel, fue todo ello una historia de liberación y posesión de tierra que culminó en el reinado de David; éste consiguió estabilidad para su pueblo y respeto por parte de los pueblos vecinos. Siempre quedaron aquellos años como una gran epopeya en que Dios liberó, eligió e hizo «alianza» con un pueblo, para que la historia de Dios con ellos pudiera llegar a ser luz para el resto de los pueblos de la tierra; para que comprendieran cómo Dios en persona estaba comprometido en favor de la restauración de los seres humanos, para que crecieran a la altura de la voluntad original de Dios al crearlos y llamarlos a pertenecer a su comunión de vida y amor.

Ese paso de Dios por la historia de Israel se celebró como el Paso de Dios, la Pascua. Al culminar en Jesús el paso de Dios por la historia humana, también celebramos el paso de Jesús, vulnerable y mortal, de la muerte a la resurrección. La Pascua de los judíos se corresponde con la Pascua de los cristianos. Con las dos contemplamos el llegar de Dios a los hombres para reconciliarlos consigo y el pasar de los hombres, en Jesús, al Padre, abriéndonos paso y entrada a la comunión divina, garantía de una vida y una libertad humanas plenificadas en el amor de Dios.

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