Abrirnos a la verdad para dejar de vivir en el autoengaño (02 01 2022)
Este es el segundo domingo después de la Natividad del Señor Jesús y continúa proponiéndonos el misterio de la persona de Jesús, que ha nacido en el seno de la familia de José y de María de Nazaret, y al que los evangelistas llegarán a identificar como Hijo del Altísimo o Hijo de Dios, sin dejar de ser hijo de María, hijo del carpintero. Por eso, la hemos proclamado a ella, Madre de Dios. Allí, en Nazaret, ha crecido con ellos, formando una familia humana, a la que hemos llamado Sagrada familia. ¿Qué dimensión del misterio contemplamos hoy, antes de celebrar su bautismo con Juan comienzo de su misión pública en Israel?
Que este niño viene al mundo para redimirnos del mundo del pecado. ¿Mundo de pecado? Sí, reconozcamos que estamos entrampados, engañándonos a nosotros mismos, como si esto que vivimos fuera lo normal o aceptable, cuando la realidad humana que nos envuelve conoce grandes sufrimientos e injusticias. Podemos volver el rostro para no mirarlas y, sin embargo, ahí siguen y crecen. Por eso el primer mensaje que recibimos hoy es que nos abramos a la verdad y dejemos de vivir en la mentira. Reconozcamos que esta vida y esta historia nuestra está necesitada de redención, de ser rescatados de la mentira en que vivimos; y esta historia nuestra está destinada a la redención: “si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel, perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda maldad” (1Jn 2,22-28). Esta es la Buena noticia que nos trae Jesús.
Si el Señor no hubiera estado a nuestro favor (Sal 97,1-4), cuando nos enviaba a su Hijo Jesús, nacido de mujer como nosotros, seguiríamos viviendo en una gran mentira, la de nuestra autosuficiencia y autojustificación (“yo no tengo la culpa de lo que pase en África o en otros lugares” …). Con Jesús hemos aprendido que sólo somos seres humanos, no dioses, ni mesías, ni salvadores del mundo. Así se lo reconoce Juan el bautista cuando dice: “No soy el Mesías; ni Elías que ha vuelto; ni el Profeta esperado para el final de los tiempos. Sólo soy una voz que grita en el desierto: ‘allanad el camino al Señor’. Bautizo con agua, y ya es mucho refrescar, limpiar, salir renovado, liberado, nuevo, para comenzar de nuevo. Pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis…” (Jn 1,19-28).
Eso es lo que un cristiano siente hoy que ha de decirle al mundo actual: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”, que no reconocéis, y que ha quedado en los museos o catedrales que visitáis en vuestros viajes turísticos. En medio de vosotros hay uno que no conocéis, y no lo reconocéis cuando él está viviendo en quienes os salen al encuentro, no sólo en los que llamamos pobres, sino en quienes sufren de muchas otras pobrezas, y hasta en algunos que sólo tienen dinero y bienes de consumo (¡la gran pobreza!). Jesús en los rostros de aquellos que nos miran. Jesús en los otros. Jesús en el otro, que espera algo de mí. Presencia elusiva o clara que viene a sacarme de mi egoísmo para hacerme feliz, para que comience a vivir con los otros como hermanos que somos, hijos del mismo Padre.