Bienaventurados los pobres… ¿Opio del pueblo o verdad esperanzadora?
Bienaventurados los pobres… ¿Opio del pueblo o verdad esperanzadora?
El evangelio de las Bienaventuranzas nos llega con la Fiesta de Todos los Santos. Ellos son los felices (beati), lo consiguieron, optimismo, es posible alcanzar lo que el ser humano desea, la felicidad, y no por un día, por siempre. En vida terrena lloraron muchas veces por ellos, o por los hermanos. Lloraron sus pecados o los del prójimo. Lloraron por incomprensiones o rechazos, y lloraron por solidaridad con los que lloran. Alegrémonos hoy con todos los santos que tuvimos cerca, a nuestro lado, o cuyo testimonio de vida nos hizo mucho bien.
El Papa Francisco escribe: «“Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”. El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida. El mundano ignora, mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de dolor en la familia o a su alrededor. El mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. Se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento, creyendo que es posible disimular la realidad, donde nunca, nunca, puede faltar la cruz».
Este es ¡el maravilloso misterio de la redención! Por una parte, Dios respeta nuestra condición histórica, cultural, donde crecemos y como crecemos a la libertad. Dios respeta todos los condicionamientos de nuestra libertad y dignidad que Él nos da.
Dios respeta su creación, pues su secreto era y es bueno: creó por amor, nos sostiene por amor y nos cree capaces de amar, plenitud de nuestra libertad. Por eso, respeta también nuestra fragilidad, limitaciones, debilidades, tentaciones y caídas, hasta permite los daños provocados por nosotros. Respeta, incluso cuando seres humanos quieren hacer el mal. Se dice, en verdad, no sabían lo que estaban haciendo. Así que, siendo responsables de lo que hicieron, nunca los doy por perdidos del todo; son redimibles, recuperables, rescatables.
Dios respeta y ama nuestras pobrezas, lágrimas, pequeñez o impotencia; la sed de justicia; los sentimientos de compasión y limpieza de corazón, aunque a veces nos sintamos traicionados; la voluntad de poner paz, aunque a veces recibamos golpes de las dos partes, el riesgo de ser perseguidos, ofendidos, calumniados… Porque, al mismo tiempo, nos dice “bienaventurados”, “felices”, haced fiesta conmigo, porque Yo estoy con vosotros, y vosotros estaréis conmigo definitivamente, como tantos santos ya lo están.
Nunca dejaremos de intentar hacer el bien, procurar leyes más justas y hacer justicia según los derechos humanos. Debemos intentar mejorar la situación de los seres humanos en circunstancias de menesterosidad. Debemos esforzarnos con inteligencia y voluntad por atender, por todos los medios, el derecho a ganarse el sustento con el trabajo, con estructuras económicas, productivas, comerciales, y de consumo sostenible para todos. Ahí ponemos nuestras capacidades y talentos para pensar en el bien común. Pero, al mismo tiempo, somos conscientes, después de los tres últimos siglos de la historia de la humanidad, que no podemos traer el cielo a la tierra, que no podemos hacer justicia a cuantos anhelos anidan en el corazón de cada ser humano. Sólo Dios, el reinado de Dios.
A partir de esta convicción, también tomamos consciencia de nuestras pobrezas, de nuestro con-dolernos con los que sufren, de nuestra necesidad de misericordia y de ejercer la misericordia. En ese momento, podemos volver a la paz interior escuchando decir a Jesús: Bienaventurados vosotros los pobres, humildes y humillados en vuestra voluntad de poder, vosotros que no podéis apagar vuestra hambre y sed de justicia, aunque lo seguiréis intentando. Felices, porque habéis recuperado vuestro lugar en el mundo, como criaturas valiosas sólo porque sois amadas por Dios, no por lo que creéis valer o por vuestra autoafirmación. Felices. Paz. Dios responde por vosotros.