De la Ascensión a Pentecostés
De la Ascensión a Pentecostés
A Abrahán se le manifiesta Dios como el Dios de la promesa y le hizo salir de la
tierra de sus padres. La promesa hizo salir a los hebreos con Moisés de Egipto. La
promesa de Dios motivaba la fidelidad a la Alianza. Antes de Jesús la promesa
fundamental era: te daré una tierra que te dará sus frutos. Pero también los hijos, son
llamados hijos de la promesa, tendrás un hijo, darás a luz un hijo de tu descendencia.
Los hijos y la tierra se confundían con la promesa de Dios.
Pero ahora, con Jesús, cambian los términos de la promesa de Dios. Jesús con
sus discípulos era la nueva tierra, la viña del Señor, el reinado de Dios, el agua y el pan
de vida, la luz y el camino, la puerta y el aprisco. Los hijos no eran ya los que guardan
vínculos de sangre en la familia, sino estos son mis hijos y mi madre: los que escuchan
la palabra de Dios y la ponen por obra.
Aquella comunidad de Jesús y sus discípulos era sujeta al tiempo. Sólo el
Espíritu de Jesús y del Padre, el Espíritu Santo llevaría la promesa más allá del tiempo.
Por eso escuchamos hoy: «Se les presentó Él mismo después de su pasión, dándoles
numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y
hablándoles del reinado de Dios. Una vez que comían juntos, les ordenó que no se
alejaran de Jerusalén, sino “aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me
habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con
Espíritu Santo dentro de no muchos días”». La promesa, ahora se concreta con el
“Bautismo en el Espíritu”.
Esta promesa o bautismo en el Espíritu se va realizando a lo largo de toda
nuestra vida, comenzó con un signo sacramental con nuestro bautismo que se ha ido
actualizando en la confirmación y en tantas Vigilias de Pascua y de Pentecostés, y en
esta semana nos prepararemos para esta próxima del 18 de Mayo. ¿Qué se nos dará con
el Espíritu?
«Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé Espíritu de
sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que
comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en
herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los
creyentes. Es la eficacia de la fuerza poderosa, que desplegó en Cristo Jesús, resucitándolo
de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado,
poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido» (Ef 1,17 ss.).