¡Despertad! ¡Hay Esperanza!

Con el primer domingo de Adviento, saliendo de la pandemia aún,

San Lázaro vuelve en modo puertas abiertas.

Nueva etapa pastoral con la sinodalidad. Nos obliga a la escucha recíproca.

Escuchar a los pobres, Escuchar la Palabra de Dios y celebrar su amor entregado por nosotros. Oración y Adoración.

Encuentros sinodales en diálogo.

Cultura y Conciertos de música clásica.

Retiros espirituales.

Encuentros de Primer Anuncio cristiano (Alpha).

Pequeños grupos de Discipulado (Delta).

Sencillo ministerio de la escucha y acogida.

 

El Evangelio

“Mirad que llegan días en que cumpliré mi promesa… En aquellos días y en aquella hora… suscitaré un hijo de David que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá… A Jerusalén la llamarán así: ‘Señor-nuestra-justicia’.” Así hablaba Jeremías. La promesa del Señor era promesa de Salvación. La esperanza del profeta era que Judá y Jerusalén conocerían la paz y habitaría en ellas la Justicia del Señor.

¿Cuándo se revelarían esos días anunciados?  Vino Jesús y en Nazaret proclamó: Hoy se cumplen estas Escrituras; y anunciaba la llegada del reinado de Dios. Su llegada significaría no sólo la paz sino el conflicto, la crisis de un modo de reinar y gobernar los hombres sobre los pueblos. Y se produjo un cataclismo en un lugar de la tierra, fuera de la ciudad de Jerusalén, un lugar llamado Gólgota, el de la Calavera. Con la injusticia cometida contra Jesús, en su condena a muerte en cruz, siendo justo e inocente, se conmovieron los cimientos de la tierra, se conmovieron los cimientos de los reinos de este mundo. Temblaron los templos y todo el sistema sacralizado de organización de este mundo de unos pocos arriba y muchos abajo.

“Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo”. Un mundo entraba en crisis y un mundo nacía con nuevo aliento: “Bienaventurados los pobres en el espíritu”. “Ay de vosotros los ricos o satisfechos”. Salieron a la luz los invisibilizados, los niños, los enfermos, las mujeres, los oprimidos o explotados, los descartados por el sistema y la sociedad reinante. ¡Existen! Y lo más sagrado, Dios, el Padre, desde Jesús, emergía desde ellos, desde abajo, desde los márgenes de la historia y la humanidad.

“Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad”. Traerá el desquite de Dios y hará justicia. ¿Hemos de aplazar el cumplimiento de la esperanza hasta el Futuro absoluto, verdadero final de la historia? “Del día ni la hora ni el Hijo, Jesús.” Pero la promesa de Dios es firme: tenéis remedio, hay salvación, se hará justicia al ser humano.

Al menos es una esperanza bien fundada: Jesús, el crucificado, el rechazado, resucitó ya y se hizo ver a sus discípulos confirmando en ellos su fe inicial en la llegada del reinado de Dios. Era verdad. Podemos vivir con plena esperanza. “Cuando empiece a suceder todo esto [la dosis diaria de angustia ante las amenazas que sentimos personalmente; o ante los cataclismos de la naturaleza, símbolo de las crisis de este mundo; o ante las injusticias que perduran y se renuevan, cuando veáis que os pasan cosas así], entonces, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”. Vosotros, permaneced “despiertos”, sobrios, “no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida”.

¿Qué es lo que nos adormece o entontece? ¿Qué es lo que nos hace proyectarnos en la omnipotencia? ¿Qué es lo que nos va matando poco a poco la esperanza?