Después de las fiestas del Señor
Después de las fiestas del Señor por su Pascua, retomamos los domingos del tiempo ordinario.
Habíamos comenzado estos domingos con el Evangelio de Marcos. Estos domingos seguimos a
Jesús en su ministerio público por Galilea. Había dejado su familia de Nazaret. Había ya
anunciado el Reinado de Dios entre nosotros y lo había demostrado con signos que lo
acreditaban. Dios comenzaba a reinar y se notaba en el anuncio de su gracia y misericordia
para con los pecadores y los marginados como impuros. Jesús ya había sanado enfermos y se
había enfrentado a los demonios que se apoderaban de algunas personas, expulsándoles y
sanándoles.
Pronto, en el evangelio de Marcos comenzaron a discutirle su autoridad, con qué autoridad
hacía todo aquello. Algunos fariseos, herodianos, jefes de las Sinagogas le discutían lo que
hacía y decía. Su fama a favor y en contra llegó hasta Jerusalén y llegó a su tierra natal, a
Nazaret. Lo negativo tuvo mayor resonancia, como suele pasar. Incomprensión y dudas por
todas partes. De Jerusalén bajan unos Escribas o doctores de la Ley a juzgar. Y se atrevieron a
decir que Jesús estaba endemoniado, y era con el poder de Satanás como expulsaba los
demonios.
Jesús les argumenta: ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Si su reino está dividido
internamente no podrá subsistir. Precisamente Jesús manifiesta todo lo contrario, no le llena
un espíritu inmundo sino el Espíritu Santo de Dios. La evidencia es lo que se muestra una y otra
vez. Por fuerte que sea el mal, Satanás, el más fuerte está siendo Jesús porque en cada
exorcismo está atando al que presume de poder y dominio, mientras libera a sus esclavos.
Decir, pues, que el Espíritu Santo de Dios es el espíritu del mal es blasfemar contra Dios, es
negarse al perdón que trae Jesús de parte de Dios. No ver el Espíritu de Dios que nos ilumina
en nuestro pecado es negarse a acceder al perdón.
Pero también desde Nazaret llega una embajada que traían a su madre, porque a los parientes
les había llegado la noticia de que se decía de Jesús que estaba fuera de sí, y con su madre
venían a ver si lo podían llevar a casa y descansar y sanara. Cuando se entera Jesús, pregunta:
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, mirando a los que estaban sentados alrededor,
dice: Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano
y mi hermana y mi madre.
Jesús no renuncia al amor de su madre, pero nos anuncia que está fundando una nueva
familia con los discípulos que se abren a la acción del reinado de Dios. El discípulo se convierte
en hermano o hermana de Jesús, hasta se convierte en su madre que lo engendra en los
corazones de sus hermanos.
Jesús dice todo esto "en su casa", dice el evangelio de Marcos, que solo puede ser la Casa
de Pedro en Cafarnaúm que ha hecho suya. Es la Casa de los discípulos que escuchan la
Palabra de Dios y se disponen a vivir como nueva familia. Ya ha dejado la Casa de la infancia en
Nazaret y también ha dejado la Casa del Padre en Jerusalén, el Templo de Jerusalén, porque de
allí han venido a expulsarle. Está se está reuniendo una nueva familia desde la Casa de Jesús,
con nuevos hermanos y hermanas y madres, hermanados por el Espíritu que une al Padre y al
Hijo