El Arte de Recomenzar (retiros septiembre y octubre)
El arte de recomenzar
La creación hoy es obra continua de Dios, es su amor expansivo y fecundo de vida. De la plenitud hacia la plenitud, por tanto, de comienzo en comienzo. Cuando quieras recomenzar debes volver al inicio, y nadie se reinicia por sí mismo, alguien ha clicar el “reiniciar”. Alguien ha de restañar la herida, recomponer lo roto, reconstruir embelleciendo con el oro las junturas de la vasija de cerámica rota. Dios es el oro, el beso que restaña la herida (cf. el Kintsugi)
AL PRINCIPIO CREÓ DIOS…
El inicio es un don, el ser es donación, el Ser es Autodonación, donación de sí mismo, el resultado es don y, a la vez, dador de vida, nace el otro, el que recibe el ser al nacer y el que nace al recibir, el que nace con la Autodonación del Ser y es llamado a ser y, a su vez, a la autodonación.
La primera página de la Biblia, Gn 1, es un texto salido de un pueblo (s. V – IV) que está intentando recomenzar, habiéndose equivocado mucho. Diseña el camino del hombre desde la nada hasta ser él mismo. El camino celebrado por un pueblo humillado que va comprendiendo todo lo que ha desperdiciado, todo lo que se ha perdido.
El discernimiento no es una habilidad, es una identidad redimida, una nueva relación de los hijos con el Padre, superando la adolescencia hacia la adultez. Es una confianza restaurada, que aporta sensibilidad, visión más aguda, oído más atento… ¿Para qué? Para lo que es de Dios (lo que es del buen Espíritu), o lo que no es de Dios (lo que es de los espíritus del mundo, las corrientes del mundo, que alejan de Dios).
Las cosas no se inician con nosotros, están ya ahí, se parte de la realidad, ésta no es fruto de nuestra voluntad; como tampoco se “reinician” por nosotros solos, necesitamos del Espíritu creador, nosotros no lo podemos suplir porque no somos el creador, a lo sumo, llamados a ser co-creadores. ¡Ven Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor! Envía, Señor, tu Espíritu y serán reiniciadas todas las cosas, nuevos comienzos para todas las personas…
Israel vive en la humillación del Exilio, aunque la cosa viene de más lejos, de siglos de humanidad, de cosas más o menos mal hechas. Así lo ve el sabio sacerdote del Israel postexílico que pudo redactar este relato de la creación en seis días, para descansar el séptimo:
“La tierra era caos, vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”
Si es así, bendito caos, hermano caos; el caos nos pertenece, de él venimos, somos criaturas finitas, nos falta una pieza, desde siempre estamos insatisfechos, incompletos, torcidos, impresentables, caóticos, o rotos… y lo peor es que no lo aceptemos. Todos descontentos de sí mismos, de los demás, descontentos con el mundo y, al final, con Dios.
Pero el Espíritu incubaba la vida en las aguas primordiales… La primera llamada al ser y el primer mandamiento es: vivir; lo que no es poco, mirando a cuantos sobreviven. Alguien pensó que debíamos ser, por un buen plan concebido por el Amor en persona y en comunión, que me invitaba a su comunión de amor.
A veces, la actividad incesante no es sino una huida de sí mismos, como un narcótico para un dolor profundo, el de sentirse indignos del simplemente vivir; así no me quiero, decimos, así no quiero vivir; así, con esta herida, con este daño, con este roto, con este déficit…, ¡no!
Mirémonos desde el corazón de Dios y el sentimiento de un padre que ve a su hijo autodestruirse, despreciarse, sin conseguir hacerle entender lo precioso o valioso que es: ¡Has nacido del Espíritu y las aguas primordiales de una creación finita, sí; pero que lleva la semilla del Infinito!
Hay que atrapar ese dolor sordo antiguo que arrastramos, hecho de desilusiones y entretejido de sinsentidos. Atraparlo y depositarlo a los pies del Crucificado, dejárselo a quien ha pensado que nuestra vida merece que Él entregue la suya a cambio.
DÍA PRIMERO
Ya es la hora del Big Bang, el comienzo del tiempo, la creación del tiempo y el espacio, en el seno eterno e infinito de Dios: ¡Haya luz! Y separó Dios la luz de la tiniebla, y llamó día a la luz, y noche a la tiniebla. El tiempo, y con él, la tarea, la misión. El día es la misión, la noche lo que nos aleja de ella.
No es tan importante para la tiniebla hacernos cometer cosas malas, sino su obra fundamental es evitar que hagamos el bien, apartarnos de la luz, de nuestra misión, del Creador. Quizá todo pecado sea negarse a la luz (Simone Weil), con la que se discierne bien. Con la niebla y la tiniebla somos conducidos hacia la confusión. Se nos atraerá la atención hacia otras cosas interesantes, apetecibles (atrayentes a la vista, leemos en Gn 3,6), y se aplazan las verdaderamente nuestras. Nos dejamos robar el tiempo con cosas insulsas, que bien pero mal, que sí pero no. Lo primero que hay que decirse y decir a muchas personas es que el día es el día y la noche es la noche.
Otra cosa es el tiempo que se pierde con los llamados siete pecados capitales: en la pereza (dilaciones, distracciones, inacción); en la ira; en la envidia (mucha vida desperdiciada manteniendo la ira o la envidia); en la gula (avidez del comerse el mundo, regirse por el me apetece o no me apetece); en el agujero negro de la lujuria; en el orgullo (que saca a las personas del quicio de la realidad); en la avaricia insaciable (ansiedad, descentramiento); sin olvidar un octavo del que nos hablan los padres orientales: la tristeza o melancolía (que enreda la inteligencia con los pensamientos negros dificultando la acción).
¡Vale! Todo el tiempo que se pasa sin amar es noche. Sea algo más insulso o más grave, el efecto es el mismo, no se entra en la luz.
Sería un error dedicarse a hacer un elenco de mis pérdidas de tiempo, fijarse en las culpas, dedicarse al autoanálisis, sería más pérdida de tiempo cuando se necesita recomenzar. Déjate estar, deja de contemplarte y sal a al luz. Mira hacia lo claro, eso que sabes que es la voluntad de Dios, porque hay cosas que están claras y no necesitan de discernimiento. Te pones a la luz y te ves mejor.
Debes reconocer que parte de la luz ya la tienes disponible antes de todo lo que tratas de ser y hacer por tu voluntad. Por ejemplo: la luz de lo que eres. O el hecho mismo de que eres. No es una desgracia haber crecido con una discapacidad, o haber llegado a conocerse discapacitado. Todos somos capacitados para unas cosas y discapacitados para otras, simple finitud. “Ya sabía yo que mi discapacidad debía servir para algo”, decía una mujer sorprendida ante su despertar a la fe en el misterio redentor de solidaridad en la fragilidad que inauguró Jesús. Iba a servir para algo bueno en mí o en otros. Hay luz. Comienzo a ver las primeras evidencias.
Tomo nota de las primeras evidencias, el cuerpo, el espacio y el tiempo, disponibles. Y, sobre todo, el tiempo, tu gran posibilidad de trascender, de ir más allá, aunque sea pasito a pasito. Pero no olvides que tu tiempo es la posibilidad de trascender en lo eterno, a la vez que es la posibilidad de que lo eterno o lo absoluto, Dios, se haga “presencia” en tu presente temporal. Cuidado en qué se te va el tiempo que no te deja atender a la “presencia”. Y cuidado en decir: “no tengo tiempo”. Entraste en la confusión. Vuelve a la luz, mira el tiempo que Dios te da. Toma buena nota de las primeras evidencias que consigues de tu vida.
DÍA SEGUNDO
Ambigüedad de las aguas. Por una parte, parecen beneficiosas; por otra parte, se nos muestran a veces amenazantes. Pero se nos da el firmamento, que separa las aguas de arriba del firmamento de las de abajo. Así es; la separación entre aguas y aguas es un don, porque el firmamento no lo ponemos nosotros, está puesto por Dios. La separación, la distinción entre las aguas saludables y las aguas amenazadoras de muerte, nos la da Dios.
La vida es posible porque tiene un código dado, funciona desde ese código que ahora estudiamos e investigamos. Pero la vida permanece en un asombroso silencio a ver qué hacemos con ella. La vida exige ser obedecida, respetada, es la autoridad, la autoridad misma del Padre de la Vida. De nuevo, la vida es don, podemos ayudarla, pero no instaurarla desde su inicio.
Me tocará obedecer no a mis ideas, proyecciones, exigencias, pulsiones…; sino a mi vida y a lo que me hace vivir de verdad. Y esa vida, tiene que ver con el fenómeno de la vida que se estudia en los laboratorios científicos y biotecnológicos. Pero lo que es vida de verdad, Vida en mayúsculas, escapa a la metodología científica, sólo puede responder la libertad humana cuando llega a conocerla. Y hay que distinguir para no confundir. Vivimos torturados por la mentira de nuestro “yo” autónomo y autosuficiente, como si nos bastara nuestro conocimiento y nuestra voluntad. ¡Verdadera dictadura de este nuestro yo!
Sed contra, en cambio, La Vida se revela en la relación de donación y de haber sido dada (Étant donné, dice el fenomenólogo J. L. Marion). Respetar el don, lo recibido, la prioridad que no la puse yo, eso abre espacio y tiempo para lo humano. Es una cuestión de jerarquía, de prioridades, de escala de valores. Y la importancia se define en función de “si ayuda a la vida o la dificulta”, si ayuda a ser humano o no tanto; o, incluso, si llega a deshumanizarnos o a humanizarnos. Porque, ¿qué es ser más humano? ¡Pensar en el otro! La relación.
¡Ojo a las emergencias o urgencias, disfrazadas de prioridades! Estaría bien atenderlas, pero, nos diremos, no es la prioridad ahora. Si no obedeces a la prioridad acabas haciendo cosas que no te incumben, o faltando a tus deberes contigo mismo o tu palabra; acabas que estás en otra parte y no donde elegiste estar. La meta que llevabas, la prioridad, la misión, dicta el ritmo de la acción o no acción. Y las prioridades no se deciden por arbitrio; te debes a ellas, se reconocen, se acogen, se admiten.
En efecto, la capacidad de distinción o de discernimiento, el firmamento que separa las aguas favorables de las amenazantes, se nos debe dar, lo pone Dios. Dicho de otro modo: la “clave” en que se ha de interpretar una partitura de música, la pone el compositor de dicha música.
Jesús, el hermano mayor, el amigo o amado, que se nos ha dado, nos lo confirma. Jesús es confianza en el Padre, es filiación, es el Hijo. No inventa él el plan del Padre. No cae en las tentaciones. Recordemos: no se tira del pináculo del Templo abajo. No tienta al Padre para que ponga a sus ángeles que lo recojan en volandas de modo que su pie no tropiece. No dicta Jesús los tiempos a Dios. Del día ni la hora, ni el Hijo.
Mis prioridades se me manifiestan dentro de mi relación con Dios. En esa relación se me dará lo que es prioridad para mí. El don, lo dado es mayor que lo puesto por mí. Me debo a esa relación que acaece en la oración “cabe” Dios, o dialogando con Dios. Me lo debe decir Él, que es mi creador, quien me llamó a ser. Y su palabra es: ¡Vive! No te pierdas, ni huyas de quien te quiere bien. Si nuestro trato con Dios, si nuestro tiempo con Dios no es la prioridad, ¿cómo nos extrañamos de tener problemas en la afectividad, en el trabajo y en el talante o actitud como encaramos al vida? No sabremos si algo nos hace bien o no tanto; si una persona me quiere bien o es una relación tóxica en la que no nos hacemos bien. Todo se vuelve confuso de nuevo.
El arte de recomenzar a vivir es dejarse salvar por la creación, por el don, por el firmamento puesto por Dios, que me distingue las aguas saludables de las amenazadoras. Hay que estar atentos y lúcidos para no autoengañarse, hay que desear la verdad. Como en un verdadero noviazgo, ese tiempo que nos damos para acceder a la verdad de nuestra relación con la pareja, del que esperamos determinarnos a casarnos o a dejarlo. Importa acceder a la verdad y no huir hacia adelante, no autoengañarse.
Recomenzar es haber accedido a la verdad y desear atenerse a ella. Hemos conocido la prioridad y las prioridades que funda, lo que nos ayuda a discernir sobre las urgencias o emergencias que nos asaltan con tanta fuerza o amenaza. Distinguimos entre las urgencias y lo necesario. Las urgencias o emergencias, que reclaman perentoriamente nuestra atención, las atenderemos bien si no dejamos de atender lo necesario, porque esto es la prioridad. Si por atender las urgencias dejamos de cuidar lo necesario, la prioridad, nos perderemos y, perdidos, no atenderemos bien tantas urgencias que nos reclaman.
Deberé tomar buena nota de lo que es prioridad para mí. Quizá consiga una pequeña lista útil. No pueden ser muchas porque 10 prioridades dejarían de ser prioridad. Desde esas pocas prioridades a las que no puedo fallar se reordenará todo el resto de mi tiempo disponible, quizá, sintiéndolo mucho por esas otras ocupaciones o atenciones que me reclaman.
DÍA TERCERO
1) El don de los límites
“Que se reúnan las aguas de debajo del cielo en un solo lugar, y aparezca lo seco… La tierra produjo hierba verde, plantas con semilla según su especie, y árboles que dan fruto con semilla, según su especie. Y vio Dios que era bueno”
La tierra y el mar. Ha sido necesario poner límites al mar, retener el mar para que aflore la tierra seca, ponerle límites que no traspase, para que nazcan en la tierra las plantas, árboles y frutos, y las condiciones de posibilidad de la vida humana en la tierra.
En nuestras vidas, la relación de cada uno con el límite es decisiva. “Aceptar o rechazar el límite orienta dramáticamente nuestra actividad, nuestra inteligencia, nuestros sentimientos. El rechazo de los límites es causa de desastre”.
El tema de Adán y Eva, con el árbol prohibido, es el tema del rechazo del límite. En el árbol del conocimiento del bien y el mal no se trata de que Dios quiere que no lleguemos a distinguir el bien del mal y por eso nos prohíbe comer de él, ni de que estemos ante un dios tiránico y arbitrario envidioso del hombre y mujer que ha creado.
Se trata, en definitiva, de que el ser humano no puede comprenderlo todo ni dominarlo todo, es simplemente limitado. Lo que el relato le prohíbe al hombre no es que aprenda a distinguir el bien del mal, porque eso le humaniza. Sólo le pone límite a la pretensión de conocerlo todo, comprenderlo todo, dominarlo todo, porque eso le deshumanizará en su proyección y pretensión de serlo todo y poderlo todo. No podemos tanto.
La tentación que se describe en el relato de Génesis 3 diría: Niégate a ser una criatura. Rechaza tu límite. Transgrede la prohibición. No limits. No te amilanes. No te reprimas. No te dejes castrar.
Todo está ahí, en esta pregunta: ¿El mandato de Dios viene a ser “limitación” o “custodia” de tu humanidad? Los mandamientos de Dios, o lo que viene de Dios, ¿son limitación y castración del hombre, o vienen en ayuda de su fragilidad, como criatura que es? ¿El límite es despótico o paterno? ¿Aquí, quién engaña a quién? Vamos a ver: ¿El límite es verdadero o falso? ¿Es verdad que, por ser humanos y por salvar lo humano, tenemos límites y debemos de servirnos de los límites? Pues sí.
Lo que es falso son esas imágenes de dioses, o Dios, enemigos del hombre, envidiosos del ser humano, celosos de su poder. Todo lo contrario. Si Dios fuera celoso de su poder, ¿por qué quiso compartir su ser y amor al crearnos? En la Biblia pueden aparecer imágenes de Dios que no son del verdadero Dios que fue revelándose poco a poco en Israel y en la persona de Jesús de Nazaret, su Hijo.
El delirio de la omnipotencia, o la omnipotencia como delirio, es más propio de los seres humanos que de Dios. Han sido los seres humanos que no han sabido gestionar su libertad como don, quienes se han proyectado como omnipotentes y se han imaginado omnipotentes. Freud habló de que el niño en el útero materno tiene satisfechas todas sus necesitades. Cuando hemos nacido, en los primeros meses o años, sólo tenemos que llorar y vendrán a satisfacer nuestras necesidades. Y desde entonces, se le ha quedado al ser humano en su subconsciente el sueño de que todo deseo o necesidad debe ser satisfecho. Ha nacido el sueño humano de la omnipotencia de sus deseos.
Nos hemos dejado engañar en el rechazo de todo límite. La verdad es que no podemos hacerlo todo, aunque podemos mucho. Es verdad que no podemos entenderlo todo, aunque entendemos mucho. Lo que es falso es la proyección voluntarista de superar todo límite. Por el camino de dicho intento de superación de todo límite, quedan muchos seres humanos rotos, en los que lo intentan y en los que son víctimas de dicho intento.
En la vida se da el “sí” y el “no”. Quien ignora el “no” se autodestruye y puede destruir a otros. Sucede en la educación de los niños, en la educación ciudadana, en la organización de una sociedad. Hay límites. Y si rechazamos los límites rechazamos las relaciones humanas, pisamos a los otros, rechazamos entrar en una verdadera relación humana. Sin márgenes o límites no se puede amar de verdad.
El actual mito del hombre que se libera de cualquier limitación es sólo la continuidad de un problema de adolescencia, sin madurar su personalidad como humano. Ese mito se difunde mucho hoy en todas las edades, el mito de los supermanes y los superhéroes con superpoderes hasta el “todo está permitido” si conquistas un estadio (cf. el último juego del Calamar). Cierto, si Dios no existe, todo está permitido, ya se ha dicho muchas veces en los tiempos modernos.
El límite no es mi condena ni mi fracaso. El límite es simplemente el otro, reconocer que hay un otro que no soy yo, y reconocer al Otro, Dios; lo que significa el final de mi soledad: tengo Padre, tengo hermanos, tengo pareja, tengo amigos. Luego si Dios dice: “déjame a mí el árbol de conocerlo todo, dominarlo todo, poderlo todo…, ese árbol que te parece tan apetitoso”, no son las palabras de un Dios celoso de su poder, sino las de un padre, hermano, amigo, que te advierte sobre el peligro destructor de la ambición o pretensión de no limits.
2) Los límites tienen mucho que enseñarnos, por ello aprendemos y crecemos
Cuánto hemos aprendido en humanidad gracias a nuestros límites, pobrezas, condiciones, tropiezos, sufrimientos, errores (trial and error).
Aprovechemos los límites para crecer como humanos. Jesús experimentó la tentación como nosotros, pero de ella extrajo gran enseñanza. Podemos recordar el relato que describe tres tentaciones de Jesús, relato paradigmático situado al inicio de su misión, paradigma porque nos anuncia que Jesús va a vivir y morir como verdaderamente humano, probado en todo, tentado como nosotros, aunque venciendo las tentaciones a lo largo de su vida, tentaciones de un mesianismo exitoso, de apelar a un Dios a nuestro servicio o tentación de la omnipotencia.
a) “Di que estas piedras se conviertan en panes”.
Mi hambre se convierte en lo absoluto, tanto que una piedra no debe seguir siendo piedra, debe convertirse en una hogaza de pan. Si Dios me quiere lo hará. Así sucederá en todas mis hambres, de lo que sea. Todo debe responder a mi apetencia, deseo o necesidad. Hijos déspotas frente a padres incapaces de frenarlos. Porque como nunca se han frenado a sí mismos, o como siempre han estado frenados y rompieron con todo freno, no conocen la gramática del gobierno de sí mismos, ni la de la educación de otro.
Jesús sabe qué hay más que el alimento o su apetencia, deseo o necesidad: “No sólo de pan vive el hombre…” El hombre nuevo en Jesucristo, que ha nacido del Padre, no sólo tiene apetitos, tiene mucho más, tiene relaciones.
En virtud del Espíritu ha entrado en un ámbito de relaciones con Jesús y el Padre, y con sus hermanos. Lo que le importa son las relaciones. Lo que le alimenta son las relaciones humanas y divinas. Cualquier ser humano que le sale al encuentro puede ser tratado como hermano. Abertura, enriquecimiento mutuo, ayuda mutua, y en las dos direcciones. Cuántas veces escuchamos, “iba a ayudar” y, en cambio, “fueron ellos los que me ayudaron”, me enseñaron, me dieron, me regalaron. Otro alimento que sacia más.
b) “Arrójate abajo [desde el pináculo del Templo]. Pues está escrito: Dará orden a sus ángeles sobre ti, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra”
Ante los hechos que no nos obedecen, ante las cosas que no van como yo quiero, nos viene la tentación de forzar las cosas, incluso nos viene el “tentar a Dios” para que adecue todo en nuestro favor. O sea, que estamos ante una tentación religiosa: tratar que Dios cambie de ruta y se nos resuelvan las cosas en favor nuestro. Ponemos a prueba el favor de Dios. Que tome las riendas de los acontecimientos y los dirija en favor nuestro, sin pensar en aquellos que también afectará dicho cambio.
Esto no quita la necesidad religiosa y de fe, por la que pedimos a Dios por nuestros problemas o los de los demás, por nuestros sufrimientos o los de los demás. Pero esa petición siempre deja a Dios ser Dios cuando decimos: “si nos conviene”; o también: “pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Jesús nos responde: “No tentarás al Señor tu Dios”. No le pongas a prueba porque eso es falta de fe. No le digas: o me concedes esto o no juego. Eso es tentar a Dios, ponerlo a prueba.
La parábola de la cizaña y el trigo viene a frenar mi voluntad de que las cosas se ajusten a mi perfeccionismo, al deber ser, a lo que debería ser, a lo que yo considero de justicia, a lo que yo llamo el bien. Se ha llamado también “la tentación del bien”, o sea, la tentación de imponer ¡mi bien! En ella caen con frecuencia las ideologías, y en ella ha caído más de alguna vez el cristianismo.
¿Podremos agradecer a Dios que las cosas no vayan a nuestro modo? ¿Podremos agradecer a Dios su libertad y la libertad de los otros?
Jesús se fía del Padre. Ese es su proyecto, invitar a todos a la fe, a fiarse del amor del Padre, a creer que reina el amor del Padre.
c) Llevado a un monte muy alto desde donde revisaba todos los reinos del mundo, escucha: “Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras”
Este mundo deshumanizado te tienta siempre a mirar desde arriba, desde una posición de poder, tú arriba y los otros abajo. Desde la altura, desde lo alto de la noria en la película “El tercer hombre”, no se ven corazones, no se contemplan rostros, no aparecen personas, se observa todo a lo lejos, cosas, tierras, hormigas. Te da la sensación de señorío, poder, horizontes a tus pies. Te hinchas. ¡La posesión!
Sólo tienes que aguantar así, sin verte cara a cara con personas. Sólo tienes que persistir en la deshumanización, en definitiva, someterte al mal. Todo poder terreno implica compromisos con otros poderosos, con otros poderes. ¿Posees? Quedas sometido a lo que posees. Valga un ejemplo banal: tienes un chalet, debes ir todas las semanas al chalet. El poder se apodera de quien lo tiene. Es cierto que también se puede poseer cosas como si no las poseyéramos y disponibles para los demás, lo dice San Pablo, pero no es lo frecuente.
El límite aquí rechazado es la vulnerabilidad, la dependencia, la precariedad, la pobreza, la necesidad de los otros, el tener que pedir favores. Huimos de nuestras pobrezas y las escondemos o disimulamos. Sufrimos la ansiedad de la inseguridad.
Jesús respondió: “Apártate de mí Satanás, pues está escrito: al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él servirás”.
Ya sé que para vivir necesito de cosas y bienes que me aporten cierta estabilidad o seguridad. ¡Pero necesito mucho más de personas! ¿De dónde recibo verdadera vida? ¿De quién recibo la vida? Volvemos a la calidad de las relaciones. ¿Quién o quiénes me aportan verdadera vida, esa que me hace “vivir dándome y dando vida”, o sea, en fecundidad? Sólo la Vida, fuente de mi vida y plenitud de mi vida, mi Creador, al que puedo llamar verdadero Padre, sólo él merece mi intimidad, mi devoción, mi adoración de amor, mi beso (Dice el Cantar de los Cantares, 1,1: “Béseme con los besos de su boca”).
Es tan importante de quién me viene la vida para llegar a conocer la Vida… La vida que puede superar la propia impotencia, sufrimiento y muerte nos la entrega el Padre y la hemos contemplado en Jesús, vida fecunda, vida vida, vida amor. Es un don, no una capacidad mía. Entre nuestra vida concreta, por una parte, y esa vida hermosa, por otra, no hay más que un puente, un solo Señor, Jesús, que nos comunica su Espíritu, “Señor y dador de Vida”, que nos despierta y nos libera para vivir como hijos, como libres, como amor.
Hemos visto que los límites humanos para Jesús, esos que le harán sentir verdaderas tentaciones, el hambre, la ausencia de la gloria divina, la urgencia de mesianismo eficaz en la tierra, esas tentaciones que sufre ante las dificultades de su misión, que no está teniendo mucho éxito y amenaza total fracaso, esos límites humanos crecientes hasta un Getsemaní y, sobre todo, en el Gólgota, son ocasiones que le llevan a volver a la relación con el Padre.
¡Qué gran aprovechamiento de nuestro límites! La tentación de superar los límites humanos la vence Jesús confiando en el Padre y llevando a cabo su misión desde la aceptación de los límites humanos. “Probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”, nos sintió y nos hizo verdaderos hermanos suyos e hijos de su Padre.
En el fondo, detrás de todo desamor y avidez egoísta, está el odio a nuestras limitaciones. En la mentira del “seréis como Dios” está el “ya no seréis esa cosa enfermiza que sois”. En definitiva, nos tienta escapar de los propios límites, lo que significa escapar de nuestra humillante pobreza, escapar de nosotros mismos. Cuánta gente huyendo de ellos mismos. Aceptar lo que somos, esos amargos noes que la vida nos trae, es hacer las paces con uno mismo, es comenzar a amarse un poco. Recordemos el pensamiento de Bernanos tantas veces citado:
“Odiarse es más fácil de lo que se cree. La gracia consiste en olvidarse. Pero si estuviese ya muerto en nosotros todo orgullo, la gracia de las gracias sería amarse humildemente así mismo, del mismo modo que a cualquier parte del cuerpo sufriente de Jesucristo” (G. Bernanos, Diario de un cura rural, al final).
Aprendamos a reconocernos y amarnos humildemente con una parte de su cuerpo dolido, claro que sí, pero vivo y capaz de dar vida, amado y capaz de amar en plenitud.
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Continuará la meditación en un próximo Retiro porque no sólo hay límites que aceptar. También hay límites que debemos poner nosotros. Hay algunos “noes” que nadie puede decir en nuestro lugar.