Él nos eligió en Cristo desde su fundación

El Evangelio:
El reinar de Dios entre nosotros es su amor creador que sostiene el universo y su amor redentor, que se manifiesta por signos de liberación. Viendo los signos de sanación que Dios realizó mediante su Hijo Jesús, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, accedemos a la fe en que Dios reinó por encima de las fuerzas de la naturaleza y por encima de los poderes de este mundo.
Hoy, Dios sigue reinando con su amor redentor mediante su Espíritu Santo que no deja de inspirarnos cosas buenas, ni de movernos para realizar obras de amor y liberación en nuestro entorno. Pero tanto en tiempos de Jesús como ahora, necesita de nosotros sus discípulos. Los “Doce” son el grupo de los discípulos que Él escogió y puso al frente de todo su pueblo, el nuevo Israel que es la Iglesia en el mundo.
Desde nuestro bautismo somos elegidos de Dios para llevar la buena noticia del reinar de Dios mediante su amor e iniciar procesos de sanación y liberación. Esto significa que Dios, a través de Jesús y su Espíritu, nos llama para ser discípulos misioneros de la Buena Nueva, el Evangelio de Dios, a todos, por alejados que estén de Dios.
Este ser enviados por Dios lo hemos meditado en dos Congresos sobre la Evangelización actual, a donde acudimos tres personas de nuestra parroquia. Y este sábado en el Consejo Pastoral de final de curso hemos tratado de animarnos en el Espíritu a seguir motivando en nuestra parroquia para ser discípulos misioneros, que inviten a algún familiar, compañero de trabajo, vecino, amigo, a cualquier persona de nuestro entorno a conocer y amar a Jesús.
Que Dios quiere contar contigo desde siempre para su obra salvadora, nos lo dice Pablo en su carta a los efesios capítulo primero: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo | para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, | según el beneplácito de su voluntad, | a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, | que tan generosamente nos ha concedido en el Amado. En él, por su sangre, tenemos la redención, | el perdón de los pecados, | conforme a la riqueza de la gracia que, en su sabiduría y prudencia, | ha derrochado sobre nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad: el plan que había proyectado realizar por Cristo» (Ef 1,4-9).