Eucaristía
Eucaristía: Dios entregándose en favor de la vida del hombre, haciéndose pan, pan nuestro y Padre nuestro.
La fiesta del Corpus se centra en la presencia de Dios en su Hijo Jesús, entregado y entregándose por nosotros en el Memorial que actualiza dicha entrega. Dicho Memorial es la acción litúrgica que llamamos Eucaristía o misa. Dicha acción litúrgica se compone de tres partes fundamentales y de oraciones introductorias o finales:
1) Escucha de la Palabra de Dios. Es el testimonio de los Apóstoles y la Iglesia primitiva sobre Jesús en cuanto Palabra de Dios hecha carne, cumplimiento de la esperanza de Israel y sus profetas. Pero se cumplía la esperanza a lo divino, de un modo mayor de lo esperado o imaginado. Esta vez no daba el Maná ni la Ley que sólo anticipaban una donación mayor. Se donaba a Sí mismo en persona, compartiendo toda una vida humana, en todo semejante a la nuestra excepto en el pecado. Dicho testimonio apostólico ha quedado reunido en los libros que componen la Biblia, el Primer Testamento de los Judíos y el Nuevo Testamento de los cristianos. Una historia de Dios con los hombres que se comprende mejor en su unidad.
2) Acción de Gracias al Padre, por el regalo de la vida y entrega de Jesús. Es la Plegaria Eucarística o Anáfora, que comienza con el Prefacio y acaba con la alabanza “por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre en la unidad del Espíritu, todo honor y gloria”, a lo que el pueblo responde el solemne “Amén”. Dentro de esta plegaria está el relato de la última Cena de Jesús, en que tomó un pan y una copa y les dio el nuevo significado de su entrega, como signo de una nueva y definitiva Alianza de Dios con los hombres. Con el Amén del pueblo, reconocemos la presencia real de Jesucristo resucitado entre nosotros en las especies del pan y del vino. La transustanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús acontece mediante toda la plegaria, aunque tengan su importancia las epíclesis, con la imposición de manos e invocación al Espíritu Santo, y también las palabras de Jesús (Hemos de evitar todo lo que las asocie a palabras mágicas, mediante las cuales sucedería lo que tradicionalmente se llamó “consagración”, momento en el que ahora se nos invita a arrodillarnos durante la epíclesis y las palabras de la cena y elevación. Esto no nos debería confundir, porque habría que decir más bien que toda la plegaria eucarística sería “consagrante”).
3) Comulgamos con el gesto de entrega de Jesús por los hombres al tomar su cuerpo entregado y su sangre derramada por nuestra redención. Comulgar no es sólo recibir el pan consagrado, sino comulgar con la vida de Jesús, identificarnos con el gesto de entrega de Jesús, dándonos a los hermanos por amor. Recibimos la Vida para darla y compartirla.
Lo que añadimos a dicha acción litúrgica en la fiesta del Corpus, es la Adoración a dicha presencia real de Jesús en las especies del pan y del vino. Antiguamente, se empezó a guardar el pan sobrante de las misas en un sitio reservado para poder llevarlo a los enfermos. Luego ese sitio reservado, que llamamos Sagrario, fue objeto de devoción y adoración; hasta finalmente ser procesionado por las calles de las ciudades, en los expositores que llamamos Custodias, mientras la gente se arrodillaba a su paso, como ante la presencia más sagrada para los cristianos, dándose la solemne Bendición al final.
Al salir de cada Eucaristía, Dios va con nosotros hacia los hombres, somos sagrarios vivos que caminan por las calles y casas, hacia los hombres, sean creyentes o no creyentes.