Homilías de agosto 2020

Homilías de agosto de 2020

Evangelio del Tiempo Ordinario XXII

                Habrá que discernir

Seguir a Jesús es vivir contracorriente: ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si arruina su vida? Renunciar o sufrir por amor tiene sentido ya, porque se busca un fin más alto y positivo, no solo seguir mis intereses, sino el bien de los otros, el bien de todos. Mi renuncia y padecimientos tendrán su fecundidad. Como Jeremías a veces nos cansamos y pedimos ser regalados y dejar de dar testimonio de la única verdad que salva, porque nos compromete la vida; a veces queremos huir de nuestras responsabilidades. Dios que nos conoce de antiguo nos envía su Espíritu para discernir lo verdadero, lo bello, lo bueno; lo que agrada a Dios y es nuestro mayor bien, la felicidad que dure.

¡Qué difícil resulta discernir lo que agrada a Dios y es nuestro mayor bien! Porque a veces eso pasa por más de algún contratiempo o sufrimiento. Cuando Pedro escucha a Jesús que su misión podía acabar mal, muy mal, entonces éste contesta al maestro que tenía idealizado: Eso no puede ser, tú no te mereces eso, no lo digas, no lo pienses, eso no puede pasarte. Jesús tiene la reacción más dura que se le conoce con una persona: le llama “Satanás” y le pide que se aparte de su camino y se ponga detrás. Jesús tiene claro su camino y lo quiere seguir. Pero al mismo tiempo, al llamarle Satanás” está diciéndole que lo que dice Pedro le tienta, seguir siendo un buen maestro, pero no arriesgar su vida en un enfrentamiento a muerte con el Templo y sus autoridades. Humanamente. Debió sentir la tentación. Pedro actuaba como “el tentador” y, por eso, lo aparta. Al mismo tiempo le indica que su tarea es seguirle, caminar tras sus huellas.

Entonces llega la frase de Jesús que nos invita a todos a un ejercicio de discernimiento: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Hay que discernir si mi idea o mi conducta es según los hombres o según Dios. Pablo en su carta hoy nos dice: “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Se trata de la forma mentis, de nuestra forma de pensar, de nuestra mentalidad, que puede ser la forma de pensar dominante pero no ser según el Evangelio de Jesús. Habrá que discernir.

 

Evangelio del Tiempo Ordinario XXI

La llave maestra que abre todas las puertas.

Me ha salido un poco pretencioso. Pero es un bello título para un pasaje evangélico que después de arrancar Jesús a Pedro una confesión de su identidad, «¿quién decís vosotros que soy yo?», pasa a jugar con la metáfora de las llaves que abren o cierran. Desafortunada esta palabra que en el mundo eclesiástico designa «el poder de las llaves». Con esta forma de comprender las cosas, escuchas el evangelio de hoy que dice: «Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo», y, claro todo el mundo piensa en unos poderes que se conceden. Además, de donde toma Jesús la metáfora de las llaves, que es de los profetas, allí se refería al mesías, al siervo de Dios, que había de venir en representación suya, al que se le darían los poderes para gobernar rectamente, destituyendo al mal gobernante: «será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá».

Se trata de las llaves del reinado de Dios, no exactamente el Cielo, sino del reinar de Dios que hoy abunda en su amor redentor que salva lo humano, en riesgo de perderse entre nosotros. Y se le conceden al Siervo de Yahvé, que vendrá con la misericordia de un padre que libera a sus hijos de los poderes que les atenazan con sus injusticias. ¿A quién se le abre o a quién se le cierra el paso a este reinado de amor?

No es la voluntad caprichosa de un Dios que cierra o abre, ni de sus representantes, porque Dios y sus representantes vienen a resarcirse de los poderes que se aprovechan de los seres humanos a su servicio, a su interés. Más bien, son los seres humanos los que se abren o se cierran el acceso al poder que llega con todo el amor y no quieren tener nada que ver con él.

Me gusta la metáfora de la llave maestra que abre todas las puertas. A Jesús y a sus testigos vivos hoy, se les ha concedido la llave maestra del reinado de Dios, la que puede abrir las puertas cerradas de todos los corazones. No se trata de un poder externo que tiene Jesús y sus testigos y que todos debemos reconocerles. Se trata del poder de abrir que llevan en su persona y su forma de vivir. Con su amor misericordioso, con la empatía o la com-pasión, con su solidaridad en las alegrías y en las penas, Jesús y sus testigos hoy pueden abrir los corazones que se cierran al amor, o sufrir el rechazo de los que se molestan o incomodan ante sus personas o sus vidas.

Ahora sí; la confesión de la identidad de Jesús: «tú eres el Mesías, el Hijos de Dios», es identificarse con Él, hacerse llave maestra de Dios que abra los corazones y les revele sus potencialidades o posibilidades de libertad y amor.

 

Evangelio del Tiempo Ordinario XX

Estrategia del amor de Dios: a todos, pero a través de unos en concreto que experimenten amor personal

Este domingo no había hecho comentario de la palabra de Dios, llegué tarde y, no obstante, cuando la he escuchado y proclamado celebrando la misa me ha parecido que traía un mensaje muy bello para nuestros días, pero difícil de asumir por los fieles creyentes y más difícil para los alejados de la fe. Por eso, al caer el domingo me pongo a escribir.

Se trata de que Dios, para darse a conocer, no lo hace difundiendo una doctrina sobre la divinidad, sino que, siendo amor, nos hace experimentar humanamente el ser personalmente amados. Eso implica sentir la fidelidad de Dios, la particularidad de su amor concreto por mí. Si no fuera así, ¿entendería yo lo que es amor? En el amor todo comienza en ser personalmente amados; si no es así, no me entero, solo imagino lo que puede ser amor viendo conductas y escuchando palabras en los otros. Trato de imaginar o adivinar, pero si no me sé amado, no puedo empatizar bien con quienes sí que lo viven.

Todo este preámbulo es para hacer comprensible que Dios se escogiera un pueblo y concretara su alianza con él, con ellos.

Pero este no es sino el primer momento de la experiencia de amor. El segundo es aprender a amar como Dios ama. Superar el ser particularmente amados como beneficio propio, ventaja que otros no tienen, porque de alguna forma me lo habré merecido.

Error en el que cayó muchas veces en la historia el pueblo de Israel. Hoy le recuerda el profeta del final del exilio y vuelta a la tierra, que en medio del pueblo de Dios hay extranjeros que respetan el nombre de Dios, trabajan con ellos y guardan el descanso del sábado en respeto a ellos y beneficio de su merecido descanso. Merecen un trato justo y bueno, aunque no sean de descendencia hebrea ni pertenezcan al pueblo de la Alianza.

Luego Pablo recuerda a sus connacionales que ellos rechazaron al Mesías Jesús y así se abrió la puerta para ser anunciado entre los gentiles, por quienes también había entregado su vida. Unos y otros necesitaban ser redimidos, todos habían, todos habíamos, pecado.

Por último, Jesús, anunció la llegada del Reino de Dios tratando de reunir a los hijos perdidos de Israel. El Dios de la Salvación venía, y llegaba por los judíos, últimos supervivientes del pueblo de la Alianza y elección. Por eso, Jesús se lo recuerda a la mujer cananea. Cuando ésta capta la alegoría del pan de los hijos, que no se les debe quitar para dárselo a los perritos, y no se lo discute ni se ofende, le da una vuelta a la alegoría porque no le convence, e insiste: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús solo puede exclamar, sorprendido y agradecido: «Mujer, qué grande es tu fe». Lo que nunca dirá de ninguno de sus discípulos. Sólo de su madre María, la bienaventurada por que creyó la palabra de Dios y la encarnó.

Le viene a decir que con su fe en Dios y su sobreabundante bondad, que debe alcanzar incluso a los que no han conocido su amor de predilección, ella cumplía el objetivo buscado en la revelación bíblica de Dios, que todos llegaran a conocer su amor y, sanados, levantarse para amar como El ama. Dios busca hacernos discípulos de su amor, porque solo la persona puede salvar la persona, y si nosotros hemos conocido la experiencia de su amor, la debemos hacer posible en los otros, amándolos como Dios los ama; de este modo llegaremos a ser discípulos misioneros de su amor.

«Mujer, me has recordado cual era mi misión, para lo que el Padre me envió. Solo se explica porque mi Espíritu te ha enseñado lo que es amar, has sido buena y fiel discípula ya. Vete, al fin, a vivir con tu hija lo aprendido y hazlo experimentar a los otros».

Jesús se reconoce en la autoridad de esta mujer que simplemente ama a su hija: Grande es tu fe»

 

Evangelio del Tiempo Ordinario XIX

¿Quién va decirle al ser humano lo que le es posible? “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”

Jesús comparte con nosotros una vida llena de gestos sencillos y, en cambio, está llena de signos extraordinarios. ¿Por qué? Por estar llena su vida de la presencia de Dios, su Padre. De este modo nos enseña el valor divino de lo humano; cuando se pone amor, lo ordinario revela su valor extraordinario, y en lo pequeño llega a acontecer lo grande.

En el evangelio de hoy, la gente que le seguía ha compartido una comida fraterna. Jesús se dispone a despedirse de ellos y les dice a sus discípulos que pueden irse en barca a la otra orilla y esperarle allí; él irá probablemente mañana. Mientras tanto, va saludando y bendiciendo a la gente al despedirles. Sonrisas, gratitud, brillo en los ojos, alguna lágrima que apunta. Al acabar, se queda Jesús un rato sólo en la noche, en la intimidad con el Padre. Comparte todos los días con Él ratos de oración en comunión de Espíritu. Se le ha hecho tarde, y ya se ha armado una tormenta, vientos fuertes sobre el lago, piensa en sus discípulos y la barca, y acude en su socorro. Todo normal y sencillo y, sin embargo, mucha ternura de amor hasta aquí.

El relato cambia y se hace maravilloso. El Hijo del Hombre camina sobre las aguas hacia la barca de sus discípulos. No, no es posible, al hombre no le es posible caminar sobre las aguas. Bertold Brecht en 1970 ironizaba sobre las imposibilidades: del hombre: “Como el hombre no es un ave – dijo el obispo a la gente – ¡nunca el hombre volará!” De modo semejante, ironizaba yo en un artículo de 1985 que el hombre no podía caminar sobre el agua, como bien sabía la tecnología, que diseñaba barcos para ayudarle a navegar sobre las aguas, o aviones para volar. ¿Nos plegaremos ante estas im-posibilidades técnicas? Si es posible o no, no lo sé. Si me habláis de lo que “sé”, lo que sé es que me hundo o me caigo a tierra. Pero no todo en la vida pertenece al “saber”, la vida humana es más que lo que sabemos sobre la vida humana.

El relato evangélico no me habla de cuestiones técnicas, me habla de “lo que puede ser” lo humano. redimido. Todo había sido tan sencillo con Jesús, cosas cotidianas de una tarde con gente amiga, compartiendo una merienda con gente humilde encantada con Jesús, y ahora, ante sus discípulos, se va revelando una “presencia”, un “yo soy” que trasciende la escena. «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»

Los vientos y el mar obedecen al Hijo de Dios. ¿Dios? ¿hombre? Todo está por ver. Aquí no se decide. El relato lo decidirá ya cuando más tarde se compuso, después de la Resurrección de Jesús: «Realmente eres Hijo de Dios.» En aquella noche huracanada de hace años Jesús impuso su calma a los discípulos. Éstos guardarían ciertos recuerdos nebulosos pero ciertos. En esos recuerdos eran centrales el lago de Galilea o de Tiberíades, el tiempo pasado con Jesús y las muchedumbres en las orillas y con ellos en el lago, normalmente eran sus aguas calmadas, navegaban juntos en las barcas; pero recuerdan también algunos días o noches de tormentas, ellos miraban siempre hacia Jesús, éste o dormía en la barca o acudía en su ayuda, no perdía nunca la paz, se sostenía cuando los otros zozobraban, e inspiraba calma; una cosa pedía siempre: la fe; y, entonces, no se sabía aún el alcance de esa fe y entrega que pedía.

La fe y el amor ven la maravilla de las maravillas en la vida cotidiana, donde los otros no las ven. Así, es cierto que la fe mueve montañas, hace caminar sobre las aguas, hace levantar el vuelo, hace posible lo que a ojos vista es imposible. No son chaladuras, ni magia, ni voluntad de poder o de técnica. Es contemplación, es vuelta a la paz interior día a día, es resistir cuando otros claudican, es admiración (quién es este, como es posible…), es adoración.

La presencia se hace sentir, pero sin apabullar como el viento huracanado, ni el terremoto ni el fuego. Basta una brisa suave que acaricia en el silencio, basta una palabra creadora que da vida, basta un amor que alcanza a darte paz, basta un saberte perdonado que te levanta. Y los milagros se producen en lo cotidiano de la vida. El profeta Elías lo sintió así de Dios; los discípulos lo aprendieron a sentir así de su maestro Jesús: no temáis, soy yo, yo soy… y la presencia les envolvía restauradoramente, y nos envuelve ahora renovándonos, haciéndonos nuevos, desde la paz recobrada.

 

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