La diversidad en la comunión es una riqueza y belleza para gozarla
Nos falta armonía, equilibrio, diversidad en la comunión. Dice el Papa: “Reclamados por todas partes y por tantas cosas, corremos el riesgo de estallar, movidos por un continuo nerviosismo que nos hace reaccionar mal a todo. Se busca solución rápida, una pastilla detrás de otra, para seguir adelante; una emoción detrás de otra, para sentirse vivos. Necesitamos el Espíritu para que ponga orden en el frenesí. Él es paz en la inquietud, la confianza en el desánimo, la alegría en la tristeza, la juventud en la vejez, el valor en la prueba. Es quien en medio de las tormentas de la vida fija el ancla en el mar”.
El Espíritu nos impide volver a caer en el miedo a no ser, o miedo a perder nosotros si contamos con el prójimo. Porque el Espíritu hace que nos sintamos en verdad “hijos amados de Dios” (Rom 8,15). Él es el Consolador que nos consuela y nos trasmite la ternura de Dios. “Sin el Espíritu la vida cristiana está deshilachada, privada del amor que todo lo une. Sin el Espíritu, Jesús sigue siendo un personaje del pasado; con el Espíritu, es una persona viva. Un cristianismo, sin el Espíritu, es un moralismo sin alegría; con el Espíritu, es vida y libertad que se orienta a amar”. Palabras insuperables. El Espíritu no sólo nos trae armonía dentro, sino también afuera, entre los hombres. Nos hace Iglesia. Nos hace Familia humana.
Hay divisiones que nos separan de Dios y de los hombres, nos destruyen como familia humana. Lo vemos en el relato de la construcción de la torre de Babel en que desafiamos a Dios (Gn 11,1-9). Pero hay diversidad que es divina, construye, enriquece, hace gozar en la comunión. Así es 1) la diversidad en el amor de las personas divinas del Padre, Hijo y Espíritu Santo. 2) La diversidad humana llamada a construir fraternidad humana, familia humana. 3) La diversidad de dones en la Iglesia, y los de cada uno al servicio de la comunidad (1Cor 12,3b-13).
Esto trae sus dolores de parto, nos dice Pablo a los Romanos: Sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto… hasta la revelación de los hijos de Dios (Rom 8,19-23). Mientras no se nos revele a la humanidad la dignidad de nuestra filiación divina parece que nos va a costar mucho la fraternidad humana. Sin esta perspectiva de filiación común, la diversidad, las diferencias nos molestan, nos tienta la uniformidad, defendemos “lo nuestro” y a “los nuestros”. Nos cuesta ver que las diferencias vienen a enriquecernos en la comunión humana.
Pablo, hablando precisamente de la Iglesia, repite la palabra diversidad: “Hay diversidad de carismas, diversidad de ministerios, diversidad de actuaciones” (1Cor 12,4-6). Así sucede también con la humanidad. Somos diferentes en la variedad de cualidades y dones. El Espíritu los distribuye con creatividad, sin nivelar ni homologar. Y es a partir de la diversidad como construye real y concreta unidad. No hay familia humana sin contar con la diversidad. No es la razón lo que nos une, sino las personas las que desde la libertad podemos dialogar y llegar a acuerdos de mutuo respeto y colaboración.