Palabras de luz y no de condena, sobre los compromisos de amor

La Palabra de Dios ilumina desde el “no es bueno que el hombre esté sólo”, hasta el “serán los dos una sola carne”, pasando por el comprender al “ser humano” en igualdad de dignidad “como varón y mujer”. El relato de la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán subraya que la mujer no pertenece a uno de los seres vivos a los que el varón estaba poniéndoles nombre y, de alguna, forma definiendo su sentido. La relación del varón y la mujer no permite que alguien sea el que defina el sentido del otro, porque los dos son “sujetos” en igual capacidad de dar sentido a sus vidas. Por eso, su relación es de complementariedad y de reciprocidad. No se comprenderá la mujer sin el varón ni el varón sin la mujer, y esto vale para todo ser humano, al menos, como humanidad, al margen de las opciones de vida personales. Estamos referidos unos a otros.
Hasta aquí el nivel de los principios. Luego, en la vida, surgen muchas posibilidades de esa referencia mutua de varones y mujeres. La que goza de mayor coherencia con la naturaleza biológica del ser humano sería la del matrimonio entre un hombre y una mujer. Pero la naturaleza humana no sólo es biología, sino psicología y biografía, porque implica libertad y creatividad, capacidad de amar y de dar vida. Podemos imaginar a Dios contemplando la diversidad de relaciones que se dan entre seres humanos y, si responden a su capacidad de amor y capacidad de dar vida en su entorno, sólo puede gozarse en dicha diversidad.
A la relación matrimonial de un hombre y una mujer le corresponde el ser el primum analogatum, es decir, aquella relación con vistas a la cual otras pueden darse y comprenderse. Y lo mismo que se le pide a la relación matrimonial, o sea, que crezca en el amor fiel y que su amor se exprese en su capacidad de generar vida, en justa analogía, es lo que se pedirá a otras relaciones humanas de parejas humanas de diferente género o del mismo género, pues nuestra cultura está llevando a muchos jóvenes y mayores a comenzar conviviendo antes de comprometerse como proyecto de vida en común.
La fidelidad es de Dios. Dios es fiel a sus criaturas. Y nos ha creado para una comunión de amor. Por eso la fidelidad es un valor en el amor. También Erich Fromm en su libro El arte de amar, entiende que, desde el punto de vista humano, cuando el hombre y la mujer se unen en un proyecto de vida, se proyectan en un amor fiel, de lo contrario se estaría pensando en relaciones que no fundan la unión de vidas y pueden terminar. Del mismo modo, intuye que el amor de la pareja se abre a la fecundidad, para no acabar en un egoísmo “a dos”, dice él. No es tan extraña la doctrina de la Iglesia para el matrimonio. Es razonable y es humana y humanizadora.
La Iglesia prefiere conservar las palabras diferentes para realidades diferentes; la confusión no nos ayuda. Por eso, reserva la palabra “matrimonio” para la unión fiel de vidas de un hombre y una mujer. Pero respeta otro tipo de relaciones o uniones en las que entra el ser humano en mayor o menor compromiso en la unión de sus vidas con otras personas. La Iglesia aporta su luz, pero no gobierna todas las posibles relaciones humanas.
En todo este tema necesitamos profundizar en el significado profundo del amor y de la amistad, y sus modos de expresión, donde entra toda la realidad espiritual y corpórea sexuada de las personas. En este sentido, no descartemos el valor en sí de la amistad. Frente a la erotización de la sociedad, hay que darle nuevo valor a la amistad, porque permite grados de profundidad, de expresión y compromiso; por lo que debe ser revalorizada, para la complejidad de relaciones humanas entre las que vivimos.