Pentecostés

Pentecostés.
Del Dios de las promesas a la Promesa que es Dios mismo para los seres
humanos. Nos decía Jesús el domingo de la Ascensión: «Aguardad que se cumpla la
promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero
vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días”». La promesa,
ahora se concreta con el “Bautismo en el Espíritu”, decíamos. Hoy es el día. ¿Cómo
llegamos? ¿Lo deseamos, o no tanto?
Abrahán hizo un costoso aprendizaje. Comenzó esperando las promesas de Dios,
“la tierra que te daré”, “la descendencia numerosa, comenzada en tu hijo Isaac. Luego
tuvo que pasar a creer en el Dios de las promesas más allá de las promesas se
cumplieran o no. Por eso dice Pablo: «Apoyado en la esperanza, creyó contra toda
esperanza» (Rom 4,18). Más allá de que se cumplan o no nuestras esperanzas, que
encomendamos a Dios, hemos de aprender a creer en Dios, como la promesa que
siempre nos queda, el Dios mayor que sus promesas, el Dios que es la Promesa para el
ser humano, el Dios que es el Futuro del hombre. Ese Dios, verdadero futuro y plenitud
de la vida de los hombres y mujeres, que no podemos dominar, es el Espíritu Santo.
Dice Jesús a Nicodemo: «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no
sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3,8).
«El Bautismo en el Espíritu Santo que recibimos cada Pentecostés nos hace renacidos
en el Espíritu Santo, nos devuelve la libertad para amar en verdad, nos hace
imprevisibles, no está hecho el vídeo de nuestra vida ni cómo va acabar, nos saca del
determinismo o del destino y nos rescata para la libertad y el amor, a comenzar cada
mañana. No importa que se nos frustren algunas esperanzas, nos queda “la esperanza
que no defrauda” (Rom 5,5), la esperanza en Dios, que no nos puede fallar ni engañar.
Si Dios es un misterio, mayor misterio para nosotros es su dimensión de Espíritu
personal, compartido con su Hijo Jesús. Dios en su Espíritu dispone de nuevas
posibilidades para la redención de lo humano, tal como comenzó en Jesús, en su
Encarnación y su Pascua. Por eso, no quedó todo escrito en los evangelios. «El que cree
en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al
Padre» (Jn 13,12). «El Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,13).
Por supuesto, tiene que ver con el Evangelio de Jesús, pero no todo está escrito.
Atendamos al Espíritu, a la libertad de Dios y a la libertad de los hombres. Atentos.