¿Qué nos ha pasado con la pandemia?

¿Qué nos ha pasado con la pandemia?

Reflexión cristiana. Parte 1.

 

1.1.- Nos ha cambiado la vida y hemos de colaborar con Dios para que sea para bien nuestro y de nuestros hermanos. Viviremos con el riesgo compartido del virus y con la necesidad compartida de protegernos, cuidándonos y cuidando de los otros; al menos, durante mucho tiempo va a ser así. Es un aprendizaje, un esfuerzo de amor, luchando contra el instinto natural del miedo a ser contagiado y venciéndolo cada día; con paz ante cuantos imprudentes e irresponsables podamos encontrarnos.

Venceremos la tentación de ir dando lecciones a cuantos no nos las han pedido, hablando con paz con quien se pueda hablar así. Entendamos que colaboramos con Dios, no se trata de demostrar nada, ni que sabemos más, ni que lo hacemos mejor, ni de que somos responsables de todo lo que ocurra.

Hemos de estar a la altura del momento (continúan los tiempos recios) como cristianos, ante este cambio grande en la forma de vida que tenía la gente como habitual, que afecta a sus gustos, a sus deseos o, incluso, a lo que entendíamos como nuestros derechos o nuestras libertades. Y hemos de estar ahí como cristianos sabiéndonos también tentados, continuamente tentados, por nuestro miedo, tentados por nuestra frustración ante lo que no se me deja hacer por tomar tantas precauciones, y tentados por nuestra necesidad de autoafirmación.

1.2.- Ni castigo ni eclipse de Dios. La reflexión teológica debe iluminar la realidad desde la luz de la Revelación y la Tradición viva de la Iglesia. Aún se ha difundido en estos días la pregunta si esta crisis provocada por el coronavirus Covid-19, era un castigo de Dios por nuestros pecados y los de la humanidad. O si se ha eclipsado su presencia o se ha ausentado a la espera de su intervención apocalíptica o por su providencia educadora. La respuesta es no. Ni es un castigo ni significa su ausencia. Primero, porque el Dios revelado en la historia de Israel y personalmente en la persona de su Hijo Jesús de Nazaret, manifestó su voluntad, en Jesús, no de castigo ni condena, sino de salvación y vida plena para sus criaturas humanas. Y, en segundo lugar, su presencia en la historia de los hombres no ha faltado ya, desde que se hizo presente en su Hijo Jesucristo, porque sigue presente y actuante, en el pueblo de Dios, que reúne a los discípulos y testigos de Jesucristo crucificado y resucitado, en lo que llamamos su Iglesia, siempre en interacción con el mundo (GS 40-45).

1.3.- El Espíritu de Dios, el mismo que llenaba a Jesús en su vida, y en su poder Dios Padre le resucitó de entre los muertos, es el que llena y anima ahora y para siempre a su Iglesia, haciendo visible el compromiso de Dios en favor de la causa humana, mediante su actuación a modo de signos: en sus acciones sacramentales y en sus acciones solidarias por respetar, defender y elevar la dignidad humana de cada persona.

Así pues, Jesucristo resucitado vive ahora eternamente presente y actuante, y su Espíritu comunica su vida incesantemente desde su Iglesia por medio de sus signos sacramentales y de caridad, al tiempo que interpela a su Iglesia desde el mundo y la historia de los hombres, mediante los “signos de los tiempos”. En la actualidad se trata del signo de una humanidad amenazada por un coronavirus que trae enfermedad y muerte, así como un empobrecimiento de muchos y mayor en cuantos ya habían sido empobrecidos o marginados.

Por tanto, la promesa de vida y redención a sus criaturas humanas, que Dios garantizó en la entrega de su Hijo Jesucristo y de su Espíritu Santo a sus discípulos y a toda carne, sigue en pie, aun cuando ahora estamos hermanados todos los hombres en el sufrimiento y la amenaza de la actual pandemia por el coronavirus Covid-19.

1.4.- La Palabra de Dios en su acontecer histórico nos ilumina en la experiencia padecida. Son días para recordar la experiencia de Israel, el Pueblo de Dios, en el exilio de Babilonia. Ezequiel vio que la Gloria de Dios se elevaba del Templo de Jerusalén destruido, para venir a posarse donde el Pueblo en el exilio se volvía al Dios de la alianza. Los que quedaron en Judea tenían demasiado a la vista las ruinas del templo. Los que fueron al exilio en la ausencia de templo, sacrificios y sacerdotes, debieron imaginar y crear una alternativa al reunirse y leer la palabra y orar con diversos salmos. Así dieron comienzo a lo que sería la forma religiosa del judaísmo sinagogal. Vaciados ahora nuestros templos, el Espíritu de Dios continúa vivo y actuante en su nuevo Pueblo de Dios, no atado a una tierra ni a un templo, al tiempo en que se nos obliga a ser creativos redescubriendo la Palabra, las reuniones domésticas y la oración en lo secreto de nuestro cuarto.

Podríamos también recordar los Salmos y los escritos Sapienciales, cuando iluminan experiencias de la vida, aparentemente sin sentido o manifiestamente injustas. Fue la época en que enmudeció el profetismo y vinieron los sabios de Israel reflexionando a partir de la experiencia de la vida, vivida en su fe en el Dios de la Alianza. Con ellos, también apareció la literatura apocalíptica proyectándose en un final catastrófico de este mundo y tiempo, con el que Dios ya no podía hacer nada más que eliminarlo haciendo algo totalmente nuevo. Entre unos y otros, apareció Juan el Bautista invitando a la conversión y a la espera activa del reinado de Dios que llegaba.

Y llegó con Jesús de Nazaret, su vida y persona, sus acciones y palabras, conflicto y desenlace. Ahora necesitamos hacer memoria de Jesús y su relación con los enfermos y la muerte, con los pobres y marginados sociales y religiosos. No habría que olvidar el abandono sufrido por Jesús cuando estalla el conflicto, provocado por no responder a la imagen esperada del Mesías de Dios ni del Dios de la Ley, el Templo y la tierra. Abandono de Jesús en su agonía, pasión, muerte y sepultura precipitada. Ccuando no hemos podido evitar ver de tan cerca y de modo tan recurrente el morir de tantos hombres, así como el rostro más amargo todavía del morir en soledad y tener que retardar su sepultura, es cuando se hace más necesario el mensaje salvador de la Resurrección de Jesucristo por parte del Dios vivo, capaz de redención y resurrección de sus criaturas humanas.

Deberíamos seguir evocando la historia de las comunidades de discípulos misioneros en los tiempos de la Iglesia primitiva, de los que da testimonio literario y no menos histórico la totalidad del Nuevo Testamento, en especial los Hechos de los Apóstoles, y la Iglesia posterior. Persecuciones y martirios revelan que la fe se sostenía aun cuando Dios no intervenía para liberarlos de la muerte y manifestar al mundo su victoria. La fe, la esperanza y el amor manifestado en el perdón a los enemigos, fue la victoria de Dios en la historia.

Por último, aludiríamos aún a cómo fue vivida por los Santos la Palabra de Dios, en fidelidad al Evangelio de Jesucristo. Son cuantos encarnaron en sus vidas y personas las Bienaventuranzas evangélicas, hasta el punto de no temer perder la vida en tantas catástrofes o epidemias etc.

1.5.- Jesús ante la enfermedad y la muerte. Debemos, con todo detenernos en la dimensión de la vida de Jesús en relación con los enfermos y los necesitados de misericordia. No hay duda histórica que Jesús realizó sanaciones y liberaciones de la muerte corporal o psíquica, pero no se dedicó a ello. Cuando ya había realizado algunas en un lugar se retiraba a otro, porque sólo buscaba revelar la presencia y el sentido misericordioso y encarnado del Reinado de Dios que él actuaba mediante sus signos y palabras, mediante su vida entera y su persona.

Así fue; y en este sentido, con su acercamiento a los enfermos y a los marginados social y religiosamente, tenidos todos por “impuros”, buscaba superar la separación y reintegrarlos social y religiosamente a la comunidad de gracia y liberación que Dios, su Padre, le encomendaba. Con ello, Jesús invita a todos sus discípulos a seguirle en el gesto de saltar las barreras de la distancia, separación o estigmatización, que determinadas personas padecen por su condición de enfermedad o de juicio social o religioso.

Pero ahora nos ha tocado vivir una dinámica de alejamiento y de separación como gesto de amor, en seguimiento también del Evangelio de Jesús, porque éramos conscientes de poder contagiar y amenazar con nuestra cercanía la vida de los propios o extraños. Cristianos que han enfermado gravemente han podido vivir y padecer el sufrir la enfermedad en soledad frente a los que le querían o amaba. Y cristianos que no han enfermado, comprometidos con el Evangelio de Jesús, han sufrido no poder hacer lo que su corazón humano y cristiano les estaba pidiendo, aliviar la soledad y el sufrimiento de los enfermos.

Amar y entregar la vida para la vida del prójimo nuestro hermano, se dice de muchas formas. Durante toda su vida el ser humano está aprendiendo a amar, es decir, está aprendiendo a dónde le llevará el amor, que plenamente sólo lo es y lo conoce Dios. Y ahora algunos cristianos y, análogamente, también algunos no cristianos, han debido hacer la experiencia dura y dolorosa de alejarse de sus seres queridos, por un amor mayor que les trascendía.

1.6.- Amor en la proximidad y en la separación. El amor salvador de lo humano que reveló Jesús de Dios, su Padre, ha podido expresarse no sólo en los que, por su dedicación a los servicios sanitarios, alimentarios o religiosos debían acercarse a los enfermos contagiados por el coronavirus (proximidad); éstos lo debían hacer representación de los que les querrían cuidar y no debían acercarse. Pero también, el mismo amor sanador de Dios, se ha debido expresar en quienes han tenido que asumir el alejarse y sufrir en soledad (separación).

Desde la Palabra de Dios, podríamos evocar ahora aquel amor salvador y liberador de Jesús, quien, llegado el momento cumbre de su vida, también tuvo que aceptar separarse de sus discípulos muy amados, ellos y ellas, hasta decirles: “os conviene que yo me vaya…” (Jn 16,7); “muchas cosas me quedan por deciros” (12); “vosotros estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (20). Esta palabra podría iluminar a aquellos que sin dejar de amar debían separarse de los que amaban, para preservar su salud.

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