Retiro 13-04-2024
San Lázaro. Retiro bimensual. 13 04 2024.
1ª PARTE: Disposiciones interiores para entrar en una Conversación en el Espíritu
Necesitamos de dos predisposiciones evangélicas como: 1) tender hacia una escucha más
profunda … y 2) tender a sanar heridas y rupturas ….
La conversación espiritual, sea abierta o pautada, tiene sus reglas que en alguna medida
modelarán a quienes participan en ella.
a. Hablar y escuchar en pie de igualdad Puede que a teólogos y pastores les cueste más, es
su conversión.
En la conversación espiritual, por tanto, dejamos las jerarquías, los roles y las funciones
fuera. En ella todos somos hermanas y hermanos, discípulos en la escuela del Espíritu.
Esto no quita que haya diversidad de carismas y que en el caminar juntos unos tengan el
carisma de la autoridad, del magisterio, de la profecía, etc., pero cuando conversamos
espiritualmente, nos despojamos de ello para aportar y acoger lo que el Espíritu nos dice a
cada uno personalmente y a través de los demás. Lo escuchado nos capacita mejor para
ejercer nuestros diversos carismas.
b. En la conversación rige el tema de la misma, que siempre será un bien común que se
busca. Si no, ¿para qué ponernos a conversar?
Quien acaba siempre hablando de sí, de sus hazañas o de sus ideas, tiende a no reconocer
el cauce común y a salirse del tema.
Por otra parte, el tema de la conversación espiritual es un bien común; esto da un tono
positivo a la conversación.
Nosotros estamos de parte del bien, hemos sido salvados. No reaccionamos solo contra el
mal, queremos proponer un bien. «La ciencia del mal no es sabiduría» (Eclo 19,22), o sea,
saber mucho de todo el mal que nos rodea, no nos ayudará mucho. Esto nos exigirá crecer
en sensibilidad para saber ver el bien que se nos revela en la vida, que la mayor parte de
las veces se nos revela en un estado germinal.
c. La humildad en el modo de compartir y de escuchar
La conversación espiritual nos hace humildes en el sentido de que, de entrada, no nos
sentimos en posesión de la verdad, sino abiertos y abiertas a contribuir con lo que se nos
muestra y a acoger lo que se nos ofrece a través de otros.
Por otra parte, la escucha activa requiere humildad, apertura, paciencia e implicación. La
recomendación de san Pablo es muy pertinente: «No obréis por rivalidad ni por
ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros, no os
encerréis en vuestros intereses sino buscad los intereses de los demás. Tened entre
vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,3-5).
Se trata de un respeto reverencial por las intervenciones de los demás. Además, en no
pocas ocasiones nos lleva a cambiar nuestras suposiciones, nuestras ideas de los otros o
del tema que se trate.
d. La discreción, diakrísis, es la capacidad de discernimiento o la prudencia espiritual.
San Ignacio en sus Ejercicios nos dice: «presupongo que hay en mí tres pensamientos, es a
saber: uno propio mío, el cual sale de mi propia libertad y querer, y otros dos que vienen
de fuera, uno que viene del buen espíritu y otro del malo».
Ignacio invita también a examinar “el curso de los pensamientos; y si al principio,
medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, es señal de ángel bueno; pero si el curso
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de los pensamientos que trae acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que
la que antes el alma había propuesto, o la debilita, inquieta o conturba, quitándole la paz,
tranquilidad y quietud que antes tenía, es señal clara de que procede del mal espíritu,
enemigo de nuestro provecho y salvación eterna”.
Podemos ser guiados por unos pensamientos o sugestiones u otros. Unos nos mueven
hacia el bien, otros, nos llevan hacia el mal y la autodestrucción.
San Ignacio se refiere al «enemigo de la naturaleza humana» que, a veces, actúa
incluso como «ángel de luz», trayendo pensamientos y sugestiones aparentemente
buenos, pero siempre militando contra nuestro bien. El discernimiento trata de aprender a
sentir y a conocer los movimientos que se producen en nuestro interior, para acoger el
movimiento amigo y rechazar el enemigo. Para ello habremos de indagar su origen y hacia
dónde nos llevan.
e. Renuncia a la voluntad propia. Atención a lo otro de mí mismo
En el discernimiento en común y, por ende, en la conversación espiritual, los propios
intereses o la voluntad propia suelen jugar malas pasadas y te impiden ser personas
«discretas», con capacidad de atender o discernir.
Atención. Josep María Esquirol La escuela del alma. De la forma de educar a la manera
de vivir (Acantilado, Barcelona, 2024). Me han interpelado estas líneas de Esquirol: "La
atención es como la ventana del alma. El mundo está ya abierto. Pero es necesario mirar
bien por la ventana. Hay que acercarse a las cosas. Hay que asomarse, y extender la mano.
Y tocar el aire, y respirar el cielo, y dejar que las gotas de lluvia se deslicen por las facciones
de la cara" (p. 69).
Me han gustado estas palabras porque vienen a decir que lo más importante para
estar atento es dejarse llenar por las cosas, por el paisaje, por la persona que tengamos
delante, o por Dios si estamos haciendo oración. Se trata de silenciar nuestro yo para
poder hacernos cargo del asunto que en cada caso tengamos entre manos. Sin paz interior,
si no estamos serenos porque dentro de nosotros tenemos un alborotado hervidero de
preocupaciones, sensaciones, recuerdos e ideas, no podremos prestar atención. De ahí la
importancia del «esfuerzo negativo» del que hablaba Simone Weil, que consiste en apartar
las distracciones para dejarnos llenar por lo que estemos escuchando, leyendo o lo que sea
que estemos haciendo. Es difícil, pero a estar atento se aprende: es la clave de la
formación personal (Jaime Nubiola).
Purificación. «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt
16,21) Esta es la dinámica de perder la vida para ganarla (cf. Mt 16,25). «Que cada uno
busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás» (Flp 2,4) e invitaba
a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2,5). «Cortar estas tres cosas: la
voluntad propia, la justificación propia (autojustificción) y el deseo de agradar» (Irénée
Hausherr, La direction spirituelle en Orient autrefois, Pont. Institutum Orientalium, Roma
1955,15). Otro modo de referirnos a aquello a lo que hay que renunciar para entrar en la
conversación espiritual son los amarres o apegos afectivos e ideológicos. Especialmente,
cuando se trata de la conversación espiritual orientada a una deliberación. Con
aferramientos no se puede entrar en discernimiento. Son los limpios de corazón los que
ven a Dios.
Un afecto sale con otro afecto más fuerte. Hay una pasión por Dios y por su Reino que
hace palidecer todo y ordena el corazón. Solo Dios es Dios. Para discernir hemos de hacer
efectivo el que «yo no soy Dios» y «ninguna cosa es Dios». Esta actitud relativiza todo lo
que no es Dios ni dado por él.
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Hay reuniones, aparentemente conversaciones espirituales, en las que cada cual
expone su propia visión sin haber purificado sus intereses ni su voluntad propia. En ellas no
se ha escuchado realmente al Espíritu. Una vez que todos han hablado y expuesto, se
busca en el grupo un consenso. Esto ya es mucho, pero…
La voluntad de Dios no es lo que tienen en común los intereses o voluntades
personales de los participantes en la conversación en el Espíritu. Estos han de perderse
para ganarse en un modo más profundo.
El consenso entre dos personas puede ser bastante grande, entre muchas personas va
a ser menor. Pero si todos dejan de defender lo suyo y se vierten en algo común que
trasciende sus particularidades, podremos coincidir en algo más grande que nos une.
f. Disminuir el ruido exterior que se internaliza
J. Casiano: Si, cediendo a la desidia y a la negligencia, nos distraemos en
conversaciones inútiles o culpables, y nos derramamos en los cuidados de este mundo y en
preocupaciones superfluas, es lógico entonces que se origine como una especie de cizaña
que aportará a nuestra alma un trabajo de trituración sumamente pernicioso. Y entonces
se realizará en nosotros la sentencia del Salvador: donde estuviere el tesoro de nuestras
obras y de nuestros pensamientos, allí estará nuestro corazón (Mt 6,21)
g. Una mirada al mundo “ex-céntrica” y “pathética”
El modo como la Trinidad mira el mundo es excéntrico (es decir, saliendo de sí y
encarnándose) y patético (es decir, redimiendo, com-padeciendo, solidarizándose con,
hasta sufriendo en favor de). En efecto: Dios sale de sí en su Hijo (la Segunda Persona de su
comunión divina), desciende y se pone en nuestro lugar, para redimir a la humanidad de la
que se compadece. Por tanto, si lo que sucede en el mundo no nos afecta, no es posible
discernir lo que Dios quiere para él.
Lo opuesto a esta disposición espiritual es la del «triunfalismo y la mundanidad
espiritual», que denuncia Francisco. Esta tentación se nos presenta muchas veces sub
angelo lucis (ángel de luz, nombre del ángel caído, que, bajo apariencia de luz mos arrastra
a la oscuridad, y nos engaña en su intento de separarnos de Dios); y tiene su raíz última en
«el rechazo de la cruz y el cultivo de uno mismo, el ego omnipotente, en lugar de la mayor
gloria de Dios»
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2ª PARTE. Tema para la Conversación en el Espíritu
¿A qué dolor de mi mundo me siento más sensible?
¿Qué esperanza puedo aportar?
Un Ejemplo
Dolor y Esperanza (Juan Arias en El País 09 04 2024)
Abro el ordenador para escribir el artículo más difícil de mi medio siglo de periodismo.
Lo escribo mientras mi esposa brasileña, Roseana Murray, que ha dedicado toda su vida con
sus publicaciones y sus encuentros con las escuelas públicas de las periferias pobres de Brasil a
los problemas de la educación, está entre la vida y la muerte con su cuerpo destrozado en
plena calle por tres perros feroces.
No iba a escribir hoy. Creí que no podría. Pero pensando en su entrega a los demás
hasta cuando se arrastraba enferma hasta las escuelas, he decidido hacerlo. Sé que hago un
pecado periodístico, pero el haber pasado el Rubicón de los 90 años me libera de todos los
esquemas.
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En este momento recuerdo que semanas atrás, ante la avalancha de noticias dramáticas de
violencia que inundan las redes y medios de comunicación mundiales escribí aquí una columna
preguntándome si es que en el mundo en el que resuenan ya las campanas lúgubres de nuevos
miedos a una nueva posible guerra mundial, no existe alguna noticia positiva que rescate
nuestra esperanza. La columna fue traducida y publicada también aquí en Brasil, símbolo de la
sed de una bocanada de oxígeno de esperanza que el mundo está necesitando.
El dolor y el miedo que en este momento me inunda ante la posible pérdida de mi
mujer está siendo aliviado por una inesperada ola de solidaridad hasta de personas que no
conozco. Me abrazan y lloran conmigo. Me ofrecen toda su ayuda. Entre esa ola de
solidaridad, me conforta y emociona de un modo particular la de mis compañeros del
periódico, muchos que ni conozco personalmente. Con otros hacía más de 30 años que no nos
comunicábamos. Mi experiencia y mi edad me hacen discernir entre la solidaridad falsa y la
verdadera. La de ellos está siendo auténtica.
¿Por qué me está hasta chocando esa ola de cariño de mis compañeros? Porque estoy
cansado de oír y leer que en los campos de trabajo suele crecer la hierba de la envidia y hasta
las traiciones sin espacio para la amistad y los sentimientos. Que son campos áridos de
solidaridad. Hoy puedo desmentirlo sin mentir.
Mientras escribo me viene a la memoria la historia bíblica, de antigua sabiduría, donde
se dice que basta un justo para salvar el mundo del caos. Lo fue Noé en los tiempos de
destrucción del diluvio. Y hoy estoy convencido de que el mundo, con sus traumas y sus
crueldades, que hacen parte de su existencia, seguirá en pie, se salvará porque en él no sólo
existe un justo. Son legiones. La mayor parte anónimos, los más abandonados a su destino,
que, con su fuerza interior y su entereza, sostienen las columnas que ningún nuevo Sansón
será capaz de derribar.
He sido siempre un enamorado y estudioso de las palabras que fueron las que crearon
el universo. Sé que existen las crueles, las de muerte, pero también las salvadoras, escudo
contra la iniquidad. Entre ellas resaltan la de la amistad y el perdón, las más sagradas del
diccionario porque entrañan el misterio de lo sublime e imperecedero. La amistad es la palabra
más divinizada en toda la literatura desde el inicio del mundo. Es el amor más puro porque
todo lo da y nada exige. Como se lee en un poema: “Cuando las cenizas del sentimiento y las
hojas marchitas visten de luto al sol, de las manos del amigo, nacen flores. Los amigos son alas
de mariposa donde posar los pies cansados del desamor”.
En este momento, me siento acosado por los abrazos de tantas personas, muchas
anónimas, sobre todo de los brasileños que encarnan un fuerte sentimiento religioso y que me
ofrecen oraciones. Ellos me recuerdan la fuerza de Dios. No sé en estos momentos si soy
creyente o no, si es verdad que la fe religiosa salva o aliena. Sí creo en la fe en Dios de los
desvalidos que sin ella sucumbirían a sus tragedias. Es esa fe la que sostiene las convulsiones
del mundo. Es el dios del poeta: “Esbozo de misterio en las telas grises de la espera”.
Sé que no es fácil creer en algún dios cuando inundan nuestros ojos las imágenes de las
madres de Gaza impotentes con sus hijos muertos en sus brazos por falta de comida. Quizás
no exista infierno peor en el mundo.