Si no os convertís, peligráis perecer del mismo modo, en guerras fratricidas
En el Horeb, la montaña de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Aquí estoy. Descálzate, pues el lugar que pisas es terreno sagrado. Yo Soy el Dios de tus padres. He visto la opresión de mi pueblo…, conozco sus sufrimientos, he bajado a librarlo. “Yo Soy el que soy y estaré con vosotros”. Dios es y el sufrimiento es.
El nombre de Dios no nos autoriza a disponer de él a nuestro antojo. El nombre de Dios, Yo Soy – Yahvé, nos habla del misterio de su presencia salvadora, de su condescendencia y amor, como misterio de luz para los hombres. Hay que descalzarse ante el misterio. Hay que ofrecerse: aquí estoy, heme aquí. Ante Dios y ante el sufrimiento de los seres humanos.
Luego, nuestros padres todos estuvieron bajo la nube de la presencia de Dios y se dejaron conducir por ella. Todos atravesaron las aguas, y se dejaron bautizar por la nube y por el mar. Desde entonces hasta hoy, todos comemos del mismo alimento espiritual (el maná – el pan compartido por Jesús) y todos bebemos de la misma bebida espiritual (el agua que mana de la roca – la sangre derramada por Jesús). Esto aconteció y acontece hoy para la vida de los hombres, para que resuciten y vivan, se conviertan unos a otros y vivan, se conviertan a Dios y vivan. Dios nos sacó de la opresión y vivimos en libertad, para amar. Gracias a Dios.
Pero… ¿qué pasa si después de Moisés y de Jesús, la opresión de unos hombres por otros sigue y continúa la pasión de Jesús en la pasión de tantos ucranianos y rusos, que caen bajo las bombas y la destrucción? ¿Qué pasa si toda guerra es una guerra entre hermanos, creados todos para llegar a ser hijos de Dios, la gran familia de los hijos de Dios? ¿Qué pasa si la guerra se ha declarado entre cristianos ortodoxos, unos dependiendo del patriarcado de Moscú y otros dependiendo del patriarcado de Constantinopla, no desconectado del todo de la Iglesia Ctólica?
Jesús también conoció matanzas fratricidas. Le hablaron de la sangre de los galileos que derramó Pilados y mezcló con la de los sacrificios, y Jesús les pregunta: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque padecieron esto? Os digo que no. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero Jesús añade: “y si no os convertís vosotros, todos pereceréis de la misma manera”. Nos chocan estas palabras. Son palabras muy semejantes a las que dirigió a aquellas mujeres que lloraban compadecidas de él, cuando subía al Calvario cargado con la cruz, y cayéndose: “Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí [¿no lloréis por Ucrania?], llorad más bien por vosotras y vuestros hijos, porque si esto hacen con el leño verde…” ¡Qué llamada a la conversión recibimos en estos días!