Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil (Jn 10,11-18)
“Este hombre enfermo ha sido curado en el Nombre de Jesucristo el Nazareno, crucificado y resucitado”, dice Pedro, cuando le interrogan sobre la curación de un enfermo. A partir del Resucitado, discípulos suyos fueron continuando el amor de Dios sanador y liberador, que había manifestado Jesús. Cuando Pedro dice: “no hay salvación en ningún otro Nombre”, no se trata de una afirmación excluyente, sino inclusiva, porque dice que, en el Nombre de Jesús, todo ser humano, cada ser humano, podrá encontrar ¡su mayor esperanza y su mejor verdad! Queda, pues, que las personas conozcan a Jesús y todo lo que puede significar para ellas. Porque cuando se le conoce se descubre con admiración qué gran amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!, nos grita hoy la carta de Juan, y aún no se ha manifestado lo que seremos, cuando nos encontremos con Dios cara a cara.
¿Por qué Jesús puede ser tan bueno para nosotros? Hoy se sirve de la imagen del Buen Pastor. El pastor cuida, guía, cura, se alegra, comparte las necesidades, deja la iniciativa al otro y se alegra con él y su iniciativa. Nosotros al ver cómo nos “conoce” y nos cuida nos movemos a seguirle, porque lo que hace es entregar su vida por nosotros. Jesús nos conoce. En sentido bíblico quiere decir: Jesús nos conoce, penetra en lo íntimo de nosotros, conoce nuestras fortalezas y debilidades, siente ternura por nuestra fragilidad y gozo por lo que su Espíritu trabaja en nosotros; nos conoce y nos ama. Conocer tiene este sentido fuerte en el mundo bíblico, el del conocimiento íntimo (algunas veces el significado de “conocer” es la unión sexual; p. ej., de María se dice que no “conocía” varón).
Si el mirar de Dios es amar, Jesús conociéndonos íntimamente nos ama y amándonos es como nos conoce. Vale, Jesús nos conoce, ¿le “conocemos” nosotros a Él… al mismo nivel? El evangelio de hoy dice que “sus ovejas le conocen”, a lo que se añade el “escuchar su voz”. “Escuchar” en el evangelio de Juan no es sólo oír, sino obedecer, seguir, serle fiel, corresponderle. ¡Cómo no seguir y amar al Maestro y Pastor de nuestras vidas que se nos ofrece para una relación íntima con Él!
En contraste con este conocimiento recíproco, se echa de menos que otros no estén ahí, y viene la expresión que hoy nos interpela fuertemente: “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a éstas las tengo que traer, y escucharán mi voz”. Hay una misión por realizar: atraer a nuestros hermanos separados de nosotros, que no conocen a Jesús como nosotros y, por eso, no escuchan su voz y no gozan de la comunidad de amor que funda el Amado.
¿Se ofrece alguien de voluntario para para esta misión? Quien se ofrezca aprenderá de Jesús a cuidar y animar a los demás, a ser buenos pastores de la realidad, de la vida, de las personas, como Jesús. Hacen falta voluntarios, lo llamamos “vocaciones”, y este domingo es el domingo de oración por las vocaciones, laicales, religiosas, sacerdotales, nativas, misioneras…, nos viene esta bellísima pregunta del papa Francisco: “¿Para quién soy?” ¿Por quién vivo, para quién vivo yo? Ni se vive ni se muere para sí mismo, nos recuerda Pablo. La identidad pasa por la relación con los otros, nos dice la psicología y filosofía del “otro”.
No nos ennoblece el vivir para nosotros mismos. Si vivimos, vivimos “gracias a”, “por”, “con”, “para”, “en favor de” los demás; en síntesis, vivimos “por” los demás. A esto nos ayuda Jesús, que vivía “por” el Padre y “por” nosotros: ¿por quién vivo yo? ¿para quién vivo? ¿para qué y para quién nací, crecí y…, para quién vivo ahora, para quién elijo vivir ahora? Quizá ya hice determinadas elecciones que condicionan mi momento actual. Pero, quizá también, el momento y las personas con las me encuentro actualmente, me están pidiendo una nueva concreción a la pregunta “¿para quién soy yo”.