Tocar al intocable
El evangelio de Marcos hoy (Mc 1,40-45) nos trae un gesto muy significativo para nuestro contexto actual. Los gestos de Jesús nos sorprenden al leer el evangelio de hoy: Jesús deja que se le acerque el leproso, acepta la súplica que le hacía de rodillas, extiende su brazo hasta llegar a tocarle y, al tocarle, traspasa la barrera que les separaba, buscando la “reintegración social y religiosa” del leproso. Eran intocables, debían vivir separados de la población, como atestigua la primera lectura del Levítico.
Hoy entendemos bien que ciertas separaciones pueden significar medidas higiénicas para evitar contagios, mientras no se conoce la curación de una enfermedad. Pero esta medida higiénica duró mucho y marcó mucho a los leprosos. En culturas primitivas de las que son testimonio relatos bíblicos antiguos, además de medida higiénica, la enfermedad estaba cargada con su asociación al pecado y a los tabúes, y la separación de los leprosos se justificaba también religiosamente con la división entre “puro” e “impuro”.
Nuestra Parroquia de San Lázaro en Valencia se asienta sobre un antiguo lazareto medieval, que cuando se reunieron los hospitales medievales en el Hospital General de Valencia en el siglo XVI, quedó como Hospital de San Lázaro para la lepra y el cáncer. Y así fue hasta que los leprosos comenzaron a tener tratamiento médico en el s. XIX, cuando se fundó Fontilles en un valle cerrado de Alicante. Hoy sigue la fundación Fontilles, pionera en la investigación y en la curación de la lepra. Es una enfermedad que hoy tiene cura con el tratamiento médico y pueden volver a sus casas y llevar una vida normal.
Jesús rompe y supera, con su divina compasión, aquella concepción religiosa primitiva, tan injusta, de la separación de los enfermos, de convertirlos en intocables; y la superó reivindicando la dignidad de las personas enfermas. Francisco de Asís imitó a Jesús en su acercamiento a los leprosos, luego el Padre Damián, misionero de los Sagrados Corazones, en la isla de Molokai, y el Padre Marian Zelazek, misionero del Verbo Divino, en la India cerca de Calcuta, y otros muchos.
“Intocables” es una palabra con la que se estigmatiza no sólo a enfermos sino a clases, castas, marginados, excluidos, descartados sociales o religiosos. Tocar, abrazar, dejarse abrazar, dejarse tocar, aporta una sanación específica y necesaria a los seres humanos. Lo contrario es protegernos del otro, sentir como amenaza al otro, temer su cercanía, su mirada, su tacto. Resistiremos aún con las medidas higiénicas de la separación por el coronavirus. Pero no olvidemos que la distancia y la protección frente al otro no es humano, que aquello que nos humaniza es el abrazo y el tomar de la mano al otro mientras se le dirige la mirada a los ojos.
En este contexto, la campaña de Manos Unidas de estos días nos pide que contagiemos la solidaridad, está creciendo mucho entre las personas la solidaridad o los deseos de hacer algo en favor de los otros. Este es un tema de largo recorrido que ha de ir más allá del tiempo que dure la pandemia, porque no olvidemos que el hambre y la pobreza estaban antes de la pandemia y estará más agravadas después de ella, y están atacando en muchos lugares más que el coronavirus. Y son necesarias las limosnas y donativos, pero más necesario es el voluntariado social que ayude a crecer a las personas y pueblos para que no dependan de las limosnas. Y más necesario aún, es un cambio de mentalidad en los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
En efecto, con el sufrimiento y la sensibilización que nos ha traído esta pandemia, por una parte, y con ello la Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti; por otra, estamos entrando en una ola creciente de solidaridad humana. Ni un paso atrás. Sigamos superando barreras y desafiando el estigma de “intocables” para tantas personas. Hay que hacerse sus “prójimos” y dejarse abrazar por ellos o ellas.
J.V.T.
Una mano amiga
Con naturalidad y sencillez imagino que sucedió este doble desafío: el de un pobre infeliz enfermo de lepra que se acerca a Jesús y el de Jesús al tocarle para sanarle, por misericordia, supongo que también fue la indignación que le producía su condición deplorable.
No sé si Jesús pretende enseñar con lo que hizo qué es realmente la Ley moral, la Ley de Dios, la Ley suprema del universo invariable a lo largo de la historia. Por eso, imagino que preguntaría a quienes condenaron su acción: ¿es inmoral que una mano amiga ayude sin dudarlo a la curación de un hombre que lo necesita? Y responderles entonces, que lo inmoral es no cuidar de la vida, no poner a las personas en un estado de humanidad y considerarlas como bestias; no darles una nueva dignidad. Y que esta mano amiga puede ser la de cualquiera con un corazón tierno y valiente, que se conmueve cuando ve el dolor de alguien, y lucha porque el amor intenta triunfar sobre la desgracia, lo indigno, la injusticia social y afectiva que traen miseria y enfermedad. Porque el Amor lo que quiere es animar e infundir vida al mundo.
Como aquel pobre hombre, no me puedo callar, y quiero contar a todos lo que he visto. Imaginado.
carminis
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