Voz que grita en el Desierto
Voz que grita en el Desierto
– el desierto de la ciudad –
La ciudad, y más en pandemia, se nos ha convertido en nuestro desierto. ¿Por qué lo decimos? Si el desierto bíblico es lugar y tiempo de maduración de la fe y conversión al Dios de la Alianza, que precisamente allí me reconoce y me llama, la ciudad secular es un estupendo lugar para la maduración de esta fe (se prueba la resistencia de mi fe), de mi esperanza (tantos tiempos de espera y duración que roban “mi” tiempo) y de mi amor (tantos roces o incomodidades). Puedo amar a las personas que no conozco, y sin correspondencia, desinteresadamente, liberado de mí mismo. Y ser presencia de Dios, llevándola consigo, el que cree, espera y ama en la ciudad secular. Es una maravilla, porque ciertamente la ciudad ha venido a ser para el creyente como el desierto. ¿Por qué Desierto? Porque la ciudad secular se nos ofrece como si se pudiera vivir sin la fe y sin memoria cristiana, parece que todo se mueve y funciona en ausencia de Dios.
A su vez, la ciudad tanto en las fincas de viviendas unifamiliares, como en sus calles con su ruido, o en oficinas o tiendas con sus colas de espera, la ciudad me hace anónimo: no hace falta que grite mucho mi “ego”, soy un ciudadano más, un nadie, a no ser que alguien me reconozca. En efecto, la ciudad como desierto por la inmensidad, el anonimato y la ausencia de escucha y acogida personal, puede hacerme experimentar el desierto bíblico en el cual solo me queda recurrir a Dios en mi soledad.
Hoy nos sale al encuentro un Segundo Isaías. Un profeta que seguiría al primero, avanzado ya el tiempo del exilio en Babilonia, otea una esperanza, la de la liberación o salvación. Desde los ríos y canales de Babilonia, los israelitas que permanecen y han madurado en su fe deben ir pensando en preparar un camino en el desierto, para comenzar su vuelta a Israel y a Jerusalén, para restaurarse como pueblo, con Templo reconstruido y Ley reelaborada. Es una palabra de consolación al resto que queda del pueblo desterrado hace años: id pensando en preparar la vuelta porque volveréis a hacer un camino por el desierto. Lo que hoy es un desierto inhóspito e incierto se convertirá en “camino” del encuentro con Dios en lo que fue su casa. Preparaos para abrir caminos en el desierto
Es lo que dice Isaías II en su Libro de la Consolación: “Una voz grita: En el Desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. Es consolador que el pueblo después de años en el exilio pueda volver a casa. De Babilonia a Jerusalén hay que atravesar tierras de desierto y estepas. Con su paso van a hacer un camino, una calzada para el encuentro con el Señor su Dios que les dio la tierra de Canaán, Jerusalén y su Templo. Hasta aquí una primera inspiración para vivir el desierto de la ciudad. Aquí es donde hay que abrir caminos para facilitar la vuelta a casa a las gentes perdidas
Pero cuando leemos el evangelio, nos dice que Juan el Bautista fue el mensajero que Dios enviaba delante de Jesús (Precursor), y fue una voz que gritaba en el Desierto de Judea, cerca de la desembocadura del río Jordán en el mar Muerto. Decía: “Preparad el camino al Señor, enderezad sus senderos”. Aquí hay una pequeña variación cuando se nos dice que el grito se hace en el desierto. Metáfora bella que describe bien nuestras sensaciones. Parece que nadie escucha nuestro grito desde las aceras y los tejados de nuestras fincas. En cambio, fue una llamada que invitaba a salir de los pueblos y de Jerusalén para reunirse en el desierto y bajar hasta la orilla del río y aceptar el bautismo de conversión ante la inminente llegad del Reino de Dios. No fue en vano el grito en el desierto de Juan el Bautista.
Reunamos los dos sentidos. En el desierto de nuestra ciudad, en el anonimato de los individuos que se mueven por ella y no se encuentran con Dios, hay que preparar el camino del encuentro de Dios con esta o aquella persona humana, para que puedan volver a casa, a la casa del Padre que nos hermana a todos, Fratelli tutti, hermanos todos.
Pero también los cristianos gritamos, como Juan en el desierto, a los hombres de nuestro tiempo. Nos escuchen más o menos, no es lo que importa, sino haber comenzado tú, yo, algunos a retirarse al desierto, para que allí en la intimidad del Señor y en la purificación de las renuncias y tentaciones, pueda salir fortalecida nuestra fe y esperanza, para atrevernos a invitar a la vuelta a casa a aquellas personas concretas a las que no nos atrevíamos a hablarles de nuestra fe y alegría.
El desierto te ha hecho fácil el encuentro con Dios, grita que ha merecido la pena, que te ha sanado y te ha hecho más libre. Así, quizá, porque la alegría y la felicidad son contagiosas, puedas facilitar también a otros la vuelta a casa. Facilitemos a Dios el encuentro que desea con sus hijos, con vosotros, contigo y conmigo. No pongamos excusas ni pecados. Lo mejor por Navidad sigue siendo volver a casa, a la casa del Padre, al pesebre, la casa de Jesús, el cielo en Belén, que significa “Casa del pan” compartido en la fiesta de las buenas noticias para la humanidad. Dios nacido en nuestra carne, fragilidad de Dios para que le amemos y no le temamos tanto.